Una mujer regresa de un viaje a un país
tropical con una molesta picadura de un
bicho en el cuello. Con los días la zona
empieza a empeorar y decide acudir al
médico quien decide realizar una
incisión en la zona para liberar el pus…
Andrea y Juan disfrutaban de una
maravillosa luna de miel en las
paradisiacas playas de Vietnam. Estaban
alojados en un complejo turístico de lo más
exclusivo: con playas de arena blanca,
aguas cristalinas y a pocos metros de la
jungla. Era uno de los pocos lujos que se
habían podido permitir al celebrar su boda
pues en estos tiempos de crisis, más que
nunca, había que tratar de ahorrar o los
gastos de la boda se podían disparar. Pero
los padres de ella habían insistido y
asumido más de la mitad del precio del
viaje, por lo que Juan y Andrea se
aventuraron a cumplir su sueño de viajar a
Asia y disfrutar de las que serían las
mejores vacaciones de su vida.
Los días transcurrían a toda velocidad,
como suele suceder siempre que uno se
divierte, y no podían haber imaginado un
destino mejor, vivían a cuerpo de rey sin
tener que pagar nada. La “pulserita” que
habían contratado con el pack de
alojamiento les daba derecho a comer,
beber y entrar en todos las discotecas
totalmente gratis. Era un sueño hecho
realidad del que dentro de poco tendrían
que despertar para volver a su monótona
rutina de trabajo en la ciudad.
Cuando quedaban sólo dos días para tener
que regresar, se hicieron amigos de un guía
local que les prometió llevarles a una
cascada que pocos turistas llegaban a
conocer. El viaje no era muy largo pero
debían adentrarse en la jungla a pie, una
caminata de unos veinte minutos cruzando
la frondosa selva. La mañana siguiente
salieron junto al guía que con un machete
en la mano iba abriendo camino entre
lianas, hojas del tamaño de un paraguas y
la vegetación más exótica y espectacular
que los recién casados habían visto nunca.
Pero no todo era idílico, los mosquitos
eran realmente insistentes e incluso con el
cuerpo “bañado” en repelente siempre
había alguno lo suficientemente voraz
como para atreverse a picarles. El guía les
ofreció un ungüento local que a todas
luces fue mucho más efectivo que el
repelente que habían comprado en la
farmacia, olía a rayos pero ni un solo
insecto les molestó desde que lo usaron.
Al llegar a la cascada Andrea y Juan se
quedaron con la boca abierta por la belleza
del lugar, una pequeña laguna con el agua
más limpia que habían visto era adornada
por una caída de agua de unos cuatro
metros de altura. El canto de los pájaros,
la selva rodeándoles en todas direcciones y
un cielo con el azul más intenso que
podían imaginar… era lo más parecido al
paraíso que habían conocido.
El guía les dijo que regresaría en un par de
horas, les aconsejó que no se alejaran del
lugar, pues la selva podía ser muy peligrosa
y era muy fácil perderse. No quería
molestarles en su último día, mucho menos
cuando estaban recién casados y, la
verdad, es que ellos también preferían
estar solos. Situaron sus toallas y bolsas al
lado de la laguna y comenzaron a juguetear
en el agua, nadaban, se reían y se besaban
sabiendo que probablemente sería la
última vez que estuvieran en un lugar como
ese.
Media hora después, cansados de tanto
juego decidieron comer y descansar sobre
la toalla y, casi sin darse cuenta, Andrea se
quedó medio dormida, pero un fuerte
pinchazo en el cuello la despertó de su
sueño… De un manotazo apartó un bicho
negro que rápidamente se metió entre la
vegetación sin que la mujer tuviera tiempo
de ver qué era.
Juan le examinó el cuello y vio una
pequeña marca que había enrojecido la
zona. Extendió nuevamente el ungüento
que les había dado su guía sobre el cuerpo
de su mujer y pensó que había sido un
descuido no volverse a proteger de los
insectos después de bañarse. No le dieron
más importancia al tema porque la
picadura no molestaba demasiado y en
pocos minutos llegó el guía a recogerles.
Les enseñó un par de lugares más por las
inmediaciones y les acompañó al hotel
donde por desgracia tuvieron que
comenzar a preparar las maletas.
Al día siguiente y con mucha tristeza
tuvieron que embarcarse de nuevo a casa,
un viaje en avión tan largo y pesado que a
mitad del vuelo ya se habían acabado de
leer las revistas que habían comprado. Por
suerte consiguieron dormir unas cuantas
horas y el tiempo pasó un poco más
rápido.
En el aeropuerto esperaban las familias de
ambos y todos fueron a comer a la casa de
los recién casados, donde entre risas y
bromas contaban las anécdotas que les
habían sucedido y enseñaban fotos y
vídeos de su luna de miel.
Andrea sentía un leve picor en el lugar de
la picadura, pero no fue hasta una semana
después que comenzó a hincharse y se
puso de un rojo casi carmesí. El picor se
había convertido en dolor y casi no podía
ni tocar la zona, sentía fuertes punzadas
cuando la trataba de apretar.
Sin dudarlo Juan llevó a su mujer al
médico, quien les dijo que parecía que
Andrea tenía una fuerte infección en la
zona. Avisó a una enfermera para que le
trajera su material quirúrgico y les explicó
que sería preciso practicar una incisión
para dejar que brotara el pus y por
supuesto comenzar con curas en la zona,
además debería tomar un antibiótico al
menos durante siete días.
Andrea era muy miedosa y la idea de que la
cortara en el cuello con un bisturí le daba
auténtico pavor, pero una frase del médico
la paralizó de inmediato: “si no te estás
quieta, corres el riesgo de que te corte en
la yugular”. Inmóvil por el miedo, sintió
como el doctor comenzaba a abrir la zona.
Pero algo imprevisto sucedió… el doctor
pegó un salto hacia atrás al realizar el corte
y en sus ojos se pudo ver auténtico terror.
Andrea sentía como la sangre se deslizaba
por su cuello, pero había algo más, podía
notar algo que parecía subirle hacia la boca
¿Cómo era posible que la sangre subiera y
se extendiera por todo su cuello y hacia su
nuca? ¿Por qué el médico se mantenía a
distancia?
Segundos después la enfermera entró de
nuevo en la sala, había salido a petición
del doctor para traer más gasas, al mirar el
cuello de Andrea comenzó a gritar
desesperada y salió de la habitación
pegando un fuerte portazo
En un movimiento reflejo se llevó la mano
al cuello y pudo notar como lo que ella
pensaba que era sangre le comenzaba a
trepar sobre sus dedos. Al mirar su mano
se bloqueó del miedo antes de desmayarse
del susto ¡Decenas de pequeñas arañas
manchadas de sangre y pus se movían
desesperadas entre sus dedos y muchas
más trataban de escapar por el agujero
recién abierto en su cuello!