Titan Movil
Bienvenido a titan movil, te invitamos a registrate para acceder a todo el contenido del foro



Unirse al foro, es rápido y fácil

Titan Movil
Bienvenido a titan movil, te invitamos a registrate para acceder a todo el contenido del foro

Titan Movil
¿Quieres reaccionar a este mensaje? Regístrate en el foro con unos pocos clics o inicia sesión para continuar.

No estás conectado. Conéctate o registrate

La Casa de Fidel (relato de terror)[largo]

Ir abajo  Mensaje [Página 1 de 1.]

sk8venados

sk8venados
Intermedio
Intermedio

Una noche me llamó doña Paty y me platicó
que su marido había heredado una propiedad
ubicada en una antigua colonia de la ciudad
de México. Y dijo que en vano trataban de
remozarla, porque a los albañiles contratados
los espantaban y no duraban trabajando ni
dos días seguidos. Seguramente recuerda
esta historia, la vivimos juntos.
Doña Paty y su marido, incrédulos, decidieron
pasar una noche en el inmueble, pero esta
fue la más terrible experiencia de sus vidas.
Desde que entraron a la casa tuvieron la
extraña sensación de que eran observados y
sintieron miedo, acompañado de un frío
especial, pero ellos, al fin escépticos, no
dieron mayor importancia a estos hechos.
Las horas pasaban y sus ojos permanecían
abiertos. Después de dar varias vueltas en la
cama sin conciliar el sueño, justo a las dos y
media de la mañana el frío se agudizó y en
ese momento una horrible sombra de dos
metros se manifestó frente a ellos, a la vez
que escuchaban un desgarrador alarido. Era
un ser diabólico que se abalanzó sobre el
marido de doña Paty y lo inmovilizó de
inmediato. La señora saltó de la cama
aterrorizada pidiendo auxilio y
tenebrosamente los muebles y objetos del
cuarto empezaron a vibrar como si tuvieran
vida propia. Con un esfuerzo desesperado el
señor logró liberarse del extraño ente y la
pareja salió despavorida a la calle, él en
calzoncillos y ella con su delgada bata, de
modo que dejaron su ropa, otras pertenencias
y sobre todo las llaves del auto estacionado
en la calle.
Más tarde, sin comprender lo que había
pasado y aún sin recuperarse del susto, en
forma desesperada pidieron ayuda a una
patrulla de policía que pasó por el lugar. Los
policías no creyeron lo que el matrimonio
contaba y por la forma en que los
encontraron pensaron que la pareja estaba
alcoholizada o drogada, así que llamaron
refuerzos. Enseguida llegaron dos patrullas
más y después de hacer preguntas y más
preguntas propusieron a los propietarios
entrar a la casa, ya que estaban seguros de
que se trataba de delincuentes que habían
espantado al matrimonio para ahuyentarlo y
robarle. Más tarde seis policías entraron tras
forzar la puerta y el matrimonio quedó a
resguardo en una patrulla. Transcurrieron
cuatro o cinco minutos y se escucharon tres
balazos dentro de la casa. En medio de gritos
y desconcierto los gendarmes salieron
corriendo alarmados, pálidos y con caras de
angustia, hasta parecía que habían visto al
mismísimo pingo. Uno de ellos se resbaló en
la puerta, se golpeó la cabeza y sufrió una
herida a lo que no dio importancia, se levantó
y rápidamente entró a su patrulla. Sólo Dios y
los policías saben que vieron dentro de la
casa. El jefe se dirigió al matrimonio. “Quién
sabe que tiene esta casa —dijo—, si gustan
los llevamos a un hotel o a otro lugar, pero
no volveremos a entrar”.
Como el matrimonio no tenía otro lugar
propio adonde ir en esta ciudad, pues residían
en Aguascalientes, llegaron al departamento
de la hermana de doña Paty y, agitados, le
narraron lo sucedido, cosa que la hermana no
creyó. El marido de doña Paty juró que no
volvería a entrar a esa casa y se limitó a
enviar por sus pertenencias y las de su
esposa al otro día. Después, la señora se
comunicó conmigo para que le ayudara a
encontrar una explicación lógica de lo
ocurrido. Días más tarde la cité en mi oficina
y me platicó la sorprendente historia de la
misteriosa casona de la colonia Roma.
Era una casa antigua, de 120 años de edad,
que en los años setenta del siglo xx era
habitada por Fidel y sus abuelos, pues los
padres del muchacho habían fallecido años
atrás. Fidel era un joven rebelde que cursaba
el segundo año de vocacional y por entonces
se había convertido en un vago y se iniciaba
como consumidor de drogas. Los abuelos
habían perdido casi toda autoridad sobre él,
así que Fidel hacía lo que quería, pero las
circunstancias empeoraron en la medida en
que los abuelos iban enfermando a causa de
la vejez y de que el joven empezó a practicar
ritos diabólicos con unos muchachos que
conoció en su escuela y que pertenecían a
una secta.
Fidel y sus amigos, primero todos los viernes
y al final todas las noches, realizaban ritos en
el sótano de la vieja casona, celebraciones
que mezclaban con el consumo de drogas y
alcohol, así como orgías acompañadas de
gran escándalo, sin importarles las molestias
que causaban a los dos ancianos, quienes se
encerraban en su recámara temerosos de que
el nieto o alguno de sus amigos les hiciera
daño.
Pero lo peor estaba a punto de ocurrir.
Cuentan los vecinos que, en esos tiempos,
durante tres o cuatro días no supieron de los
viejos ni de Fidel. Era extraño, pues el abuelo
salía todas las mañanas a barrer su
banqueta, si bien a la abuela se le veía poco
porque padecía una lesión en la columna que
no la dejaba caminar. Los ancianos contaban
con la estimación de sus vecinos, los cuales
se desconcertaron al no saber nada de ellos.
Al cabo de una semana de la casa empezó a
emanar un pestilente olor a podrido,
insoportable para quien pasaba por el lugar.
Algunos vecinos, alarmados y preocupados
por los ancianos y su nieto, se dirigieron a las
autoridades y lograron que los agentes
policíacos entraran a la casa forzando las
cerraduras.
Al abrir la puerta el olor a muerte se
acrecentó, lo que obligó a los agentes y
vecinos a protegerse la nariz con pañuelos
para resistir la repugnante pestilencia. Alicia,
la dueña de la tienda de enfrente, comenzó a
llamar a los ancianos y al nieto por sus
nombres, a gritos, y no obtuvo respuesta.
Llenos de incertidumbre, los agentes, Alicia y
algunos vecinos subieron al primer nivel,
donde se encontraban los dormitorios, y
descubrieron que la recámara de los abuelos
estaba abierta. Grande fue la sorpresa al
hallar una escena terrible, macabra: los
cuerpos sin vida de los ancianos yacían sobre
una vieja cama matrimonial, desnudos y en
medio de un manchón de sangre seca. Por si
fuera poco, cada uno tenía clavada una
estaca de madera a la altura del corazón, y
ambos se encontraban en evidente estado de
descomposición, hinchados, amoratados, con
los ojos abiertos y una expresión de terror
que estremeció a los presentes.
Alicia no pudo soportarlo. Exclamó “¡Dios
mío!”, cayó desmayada y tuvieron que sacarla
del lugar. Pero no terminó aquí el episodio.
Policías y vecinos continuaron el recorrido por
la casona y al llegar al baño, al final de un
pasillo, nuevamente el terror hizo presa de
ellos, cuando encontraron a Fidel desnudo,
colgado de una lámpara con una cadena
metálica, y en el piso un recado que decía:
“Señor, perdóname, pero no podía dejar a mis
abuelos con este sufrimiento”, y mostraba
unos extraños símbolos. La noticia de tan
horripilantes y misteriosas muertes corrió
como pólvora por toda la colonia y más tarde
por todo el país. Fue una de las notas
importantes de los periódicos y noticieros de
aquellos años. La vieja casona de Fidel fue
clausurada por las autoridades y abandonada
más de una década, hasta que a mediados
de los años ochenta doña Paty y su marido
ganaron un juicio intestamentario y fueron
designados por el juez herederos de la
propiedad. Pero al paso del tiempo se
convencieron de que se trataba de una casa
maldita.
La visita a la casona.
Era una situación incomprensible para doña
Paty y su marido. Aunque la historia era
increíble, la angustia y desesperación de la
señora me habían conmovido. Así que con
mis productores Gina e Ignacio acordamos
que en tres días visitaríamos la casa en
compañía de los para-sicólogos que en ese
tiempo nos asistían y haríamos una
transmisión en vivo de lo que allí ocurriera.
El día llegó y, como es costumbre cuando
hago este tipo de visitas, me protegí con
ayuno y unas oraciones que años atrás me
había entregado un amigo que es ministro de
la iglesia católica.
A las nueve y media de la noche llegamos un
chofer, un fotógrafo y yo a bordo de una
camioneta de la empresa radiofónica. En el
lugar se encontraban doña Paty, el doctor y el
profesor, nuestros asesores en parasicología,
en una noche con una enorme luna llena,
sobre un cielo despejado. En el ambiente se
dejaba sentir, más que preocupación, un
ligero miedo por los horripilantes hechos que
habían ocurrido en el interior de esa vieja
casa.
La dueña de la casa nos advirtió que no
entraría con nosotros, y en el momento en
que nos abrió la puerta ya estaba lista la
comunicación con la emisora a través de
teléfonos celulares.
Todo estaba preparado para lo que sería la
primera transmisión de radio en vivo desde
una auténtica casa embrujada. En la cabina
mi amigo Modesto, quien me suplió en la
conducción de ese programa, se mostraba
intrigado por lo que pasaría en las próximas
horas. Realizar una trasmisión con esas
características no era tarea fácil, ya que
nadie sabe cómo responder ante un susto del
más allá.
Iniciamos nuestro recorrido. Primero
encontramos un gran recibidor que en el
fondo dejaba ver algunos muebles que algún
día habían servido en la sala y el comedor.
Antes manipulamos los interruptores que nos
indicó doña Paty, pero la luz no era
suficiente, ya que algunos focos estaban
fundidos. En el centro del lugar colgaba del
techo un hermoso candil y la parte central del
piso estaba cubierta por un tapete que
parecía muy antiguo y muy caro. El ambiente
se había tornado tenso, pesado. El profesor
se separó del grupo y comenzó a subir una
escalera que conducía al primer nivel.
Inesperadamente un alarido aterrador nos
quitó la respiración y le indiqué al profesor
que se reintegrara al grupo.

No sabía qué pensar. Había vivido varias
experiencias sobrenaturales, pero en este
caso en especial dentro de mí se alojaba el
extraño presentimiento de que alguien muy
malo y poderoso nos esperaba. En ese
momento cruzaron mi mente varias ideas
encontradas y llegué a pensar que todo era
una broma de mal gusto tramada con el
propósito de burlarse de nosotros y del
programa. Y en ese instante preciso, ante
nuestros ojos un jarrón se deslizó unos 20
centímetros sobre un mueble, sin que
aparentemente nadie lo moviera. El ambiente
se tensó aún más, mientras el termómetro del
doctor, quien se hallaba a mi lado, señaló que
intempestivamente la temperatura había
bajado de 18 a 10 grados centígrados. Quise
accionar mi cámara para captar los hechos,
pero el artefacto no respondió.
No me quería quedar con la duda, así que me
acerqué al jarrón y observé que su
movimiento había dejado marcada la
trayectoria en el polvo que cubría la vitrina de
caoba sobre la cual estaba colocado. Y para
mi sorpresa no existían hilos o algún
mecanismo que lo movieran. Para no entrar
en estado de sugestión, pensé mejor que
había visto mal y todo era producto de mis
nervios.
El profesor portaba un medidor de campos
electromagnéticos que nos indicaba actividad
energética. Al orientarlo, nos llevó al viejo
tapete que había en la entrada. El doctor lo
levantó por una esquina y nos sorprendió ver
una estrella de cinco puntas con signos raros.
Sacaron una brújula y por la posición nos
dimos cuenta de que este símbolo era de
oscuridad, lo cual parecía indicar que allí se
realizaron algún día misas negras y otros
ritos demoníacos.
El frío y un extraño olor a humedad, a
podrido, eran muy presentes en la casa.
Después de que los parasicólo-gos realizaron
algunas anotaciones y observaron los
símbolos que contenía la estrella que estaba
bajo la alfombra, decidimos subir al primer
nivel, donde se encontraban los dormitorios.
Lo hicimos en penumbras, pasando sobre la
alfombra café con dibujos que a cada paso
despedía polvo, pues mucho tiempo estuvo
abandonada.

La temperatura bajaba significativamente.
Caminamos con cautela por un largo pasillo y
encontramos la recámara de los abuelos.
Intenté encender la luz, pero el foco estaba
fundido. Sólo alcanzábamos a observar el
interior gracias a la luz del pasillo, que se
filtraba por una de las ventanas. Vimos una
vieja cama matrimonial de latón, la cual sólo
tenía un colchón azul con rayas blancas y
unas grandes manchas negruzcas. Al iluminar
las manchas con una pequeña lámpara, nos
dimos cuenta de que era sangre seca. El
panorama era muy tenebroso y, para más, se
escuchaba en una de las paredes cierto
golpeteo que adjudiqué a la casa contigua.
Al recordar que precisamente en esa cama
habían sido asesinados brutalmente dos
ancianos, se me pusieron los pelos de punta.
En el muro de la derecha se encontraba un
gran clóset de madera, dividido en dos partes.
Justamente cuando el doctor lo abría, la
puerta se cerró azotándose. Primero pensé
que el profesor la había azotado, pues se
encontraba cerca de ella, pero me extrañó
que dijera:
—¡Esa puerta se cerró sola!
La preocupación y el miedo se apoderaron de
mí. Existía la posibilidad de que alguien ajeno
a nosotros la hubiera cerrado y estuviera
detrás jalándola, por lo que me asomé por la
ventana que daba al pasillo para, según yo,
descubrir a ese alguien. Mientras, el profesor
intentaba desesperadamente abrir la puerta.
Gran sorpresa me llevé al cerciorarme de que
nadie se encontraba del otro lado de la
puerta. Sólo Dios sabía quién la estaba
cerrando.

Inmediatamente nos acercamos el doctor y yo
para ayudar al profesor a jalar la puerta y
abrirla. Después de varios intentos al fin lo
logramos. Traté de aplicar la lógica y me dio
por creer que en un descuido el profesor la
había empujado y al cerrarse, tratándose de
una puerta muy vieja, el cerrojo se había
corrido quedando trabado. No le dimos mayor
importancia al asunto y salimos de la
habitación en un silencio que significaba
desconcierto por lo que hasta ese momento
habíamos experimentado. Entramos a lo que
fue la recámara de Fidel. En ese lugar sentí
un escalofrío y en seguida un vacío en el
estómago, que me produjo muchas ganas de
vomitar. Siempre que siento algo así, rezo
mentalmente, en este caso porque sabía que
se trataba de signos inequívocos de que algo
muy malo se encontraba custodiando el
lugar.

Aquí la luz iluminaba más que en la otra
habitación. Aunque el foco del cuarto
tampoco servía, una de las bombillas del
pasillo se encontraba más cerca. Observamos
una cama individual con un colchón sin
cobijas. Había más desorden que en la
recámara anterior; polvo, basura y un olor a
podrido más intenso, que comenzaba a
escocer nuestras gargantas.
Me encontraba aproximadamente a un metro
de la cama y de pronto empezamos a
escuchar algo así como arañazos dentro de
un ropero que se encontraba semiabierto. La
temperatura comenzó a descender aún más y
llegó a los cinco grados según el termómetro
del doctor. En verdad, era un lugar que daba
miedo y asco. Luego notamos unos ruidos
debajo de la cama, primero débiles, pero en
pocos minutos subieron de volumen. Nos
llevamos una gran impresión cuando
increíblemente la cama comenzó a brincar.
Sobresaltado, grité: —¡La cama! ¡La cama se
está moviendo! Impactado por lo que veía fui
retrocediendo lentamente y llegué a uno de
los muros. Sentí una ráfaga de aire frío sobre
la cara y al darme vuelta me encontré con
una horrible cara de diablo pintada con
sangre en la pared. Me llevé uno de los
sustos más grandes de mi vida.
Los parasicólogos y yo formamos un círculo
y empezamos a orar en latín, pero la cama
no cesaba de moverse de arriba abajo, como
si estuviera bailando, y la intensidad de las
pocas luces del pasillo comenzó a bajar, a
subir. Era una de mis primeras intervenciones
en un lugar con tanta actividad sobrenatural.
Al ver todo esto mi corazón empezó a latir a
toda prisa, mi respiración era agitada. Estaba
a punto de entrar en pánico y por fin la cama
empezó a detenerse. Los parasicólogos me
dijeron que siguiera orando y que no
debíamos separarnos.
Es fácil relatar lo que vivimos en esa casa
maldita, pero estar dentro se me hizo eterno.
Ya más calmado quise hallarle una
explicación lógica a lo que pasaba. Por un
momento creí que alguien se encontraba
debajo de la cama y la movía.
Cautelosamente me acerqué para investigar y
no había nadie. Entonces, como segunda
opción, pensé que había un mecanismo, tal
vez unos alambres que hicieran que la cama
se moviera, pero tampoco hallé nada.
Finalmente quedé convencido de que el ser o
los seres que se encontraban en aquella
habitación poseían gran poder.
Pensé en salir de la casa, pero me aterraba el
hecho de atravesar solo el pasillo y la sala en
penumbras. Elegí quedarme y le dije al doctor
que mejor saliéramos, pero me respondió que
forzosamente debíamos terminar lo que
habíamos iniciado. Agregó que pensara en la
protección de Dios y no me preocupara.
Descubrimos que debajo de la siniestra cama
había también un dibujo de una estrella de
cinco puntas con símbolos y escritos en
arameo. Los parasicólogos dijeron que eran
invocaciones satánicas y decidimos dejar la
cama en su lugar. El doctor se dirigió al
ropero y encontró un libro de magia negra.
En ese preciso instante una sombra de unos
dos metros comenzó a manifestarse y salió
del ropero. Era como un gran cuerpo de
humo negro que se desplazó lentamente
hacía el muro contiguo y desapareció. Luego
surgieron tres esferas luminosas que, flotando
ante nuestras atónitas miradas, se
desvanecieron.
Nunca había visto algo parecido y, por más
que me esforcé en no mostrar terror ante lo
que se nos presentaba, el público que
escuchaba en vivo la transmisión de radio
puede dar fe de lo que sentía yo en ese
momento. Oramos hasta que el frío y el olor
pestilente casi desaparecieron. Entonces
bajamos. Me sentía muy mal, con ganas de
vomitar, un intenso dolor de cabeza y muy
mareado, por lo que los parasicólogos
accedieron a que abandonáramos la casa.
Al salir el doctor me revisó y me dijo que mi
presión arterial estaba baja y era conveniente
que me fuera al hospital. Todo me daba
vueltas y creí que me iba a desmayar. El
doctor llamó por teléfono a sus compañeros
de un hospital cercano y me internaron y salí
al día siguiente. El doctor y el profesor se
quedaron una hora más y descubrieron que el
sótano de la casa era el lugar de reunión,
donde algún día se celebraron misas negras
que a la larga fueron la causa de tanta
tragedia y hechos sobrenaturales. Hubo siete
sesiones más y hoy la casa sigue teniendo
manifestaciones extrañas, aunque de nivel
bajo. Lo último que supe de la casona de
Fidel fue que una señora, al escuchar en La
Mano Peluda lo que allí ocurría, inició los
trámites para comprarla. ¿Usted se imagina
con qué fin? Bueno, en gustos se rompen
géneros, ¿no creen?
Juan Ramón Saenz – La mano peluda

Volver arriba  Mensaje [Página 1 de 1.]

Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.