El Chavo del 8 es el Infierno
El Chavo del 8 sin duda es una de las series más
populares de América Latina. En México aún sigue
cautivando a multitud de generaciones. Y es que la
serie tiene un encanto especial, con personajes
notables y divertidos que han hecho y hacen reír
tanto a niños como adultos. Sin embargo, hay
quienes ponen en duda la “inocencia” detrás de
este inofensivo humor. Lea esta historia que
asegura que el El Chavo del 8 no es lo que parece.
Seguramente terminará pensando que se trata del
cuento de algún fanático, pero aun así no deja de
ser interesante.
Sartre escribió en su famosa obra “Entre cuatro
paredes” de 1945, que “el Infierno son los demás”.
No existe una definición de Infierno que sea
universalmente aceptada en la tradición teológica
de occidente. Según el historiador Jean Delumeau,
en una entrevista en el libro “El fin de los tiempos”,
el catolicismo tradicional, apoyándose en San
Agustín, predicó la existencia de “un lugar de
sufrimiento eterno para aquellos que hayan hecho
el mal en esta vida y que nunca se arrepintieron”.
Esta noción, un tanto incongruente con la imagen
de un Dios misericordioso, no prosperó fuera de la
imaginación popular, siendo sustituida por el
Purgatorio, desarrollado en el siglo II,
principalmente por Orígenes. Nadie más podría ser
condenado para siempre, sin embargo, a excepción
de los santos, todo el mundo tenía que pasar un
periodo variable de purificación, con la seguridad
de la salvación al final.
San Ireneo no estuvo de acuerdo. Para él “los
pecadores confirmados, obstinados, alejados de
Dios, también se apartarán de la vida”. Por lo tanto,
después del juicio final, los condenados serían
borrados simplemente de la existencia.
La controversia continuó por los siglos, con nuevos
panelistas: Tomás de Aquino, Lutero, Joaquín de
Fiore. En la literatura, Dante y Milton han creado
poderosas visiones del Infierno. La trilogía de
condenados de Sartre, los sadosmasoquistas
cenobitas de Clive Barker y los pecadores malditos
de Roberto Gómez Bolaños son recreaciones
contemporáneas inquietantes del Infierno.
Sí, Roberto Bolaños. Me refiero al actor, escritor y
director mexicano Roberto Gómez Bolaños,
conocido, casi en la exageración perdonable de
Chespirito, como el “pequeño Shakespeare” de
México. Él es el creador de una de las más sutiles,
brillantes y temibles representaciones del Infierno
en cualquiera de las artes: El Chavo del 8, el
programa de televisión. Como enseñó Baudelaire,
“El mayor truco del Diablo es convencernos de que
no existe”. Podemos concluir que ese mismo
Diablo no vendrá a presentar sus dominios a través
de estereotipos: la oscuridad, el fuego, tridentes,
lava. En El Chavo del 8 el Infierno de verdad son
los otros.
Bolaños llenó su creación de señales que deben ser
decodificadas para revelar su verdadero sentido de
automoralizar. La primera y más importante es el
título.
Originalmente, el programa se llama “El Chavo del
Ocho”, nadie sabe el verdadero nombre del
protagonista, que nunca fue pronunciado. Sólo se
conoce como “El Chavo”. El nombre en sí es una
adaptación brasileña de la palabra chaves, una
palabra corrompida de “chavo”, que significa
“maldita”. Es cierto que un “niño” o “chavo” es
aquel que hace maldades: le trastoca el orden de lo
que es moral y socialmente aceptado como
correcto. En la interpretación libre, el “chavo” es un
pecador. Por lo tanto, la serie trata de pecados. No
de pecados mortales, de lo contrario sería muy
difícil que los personajes generaran simpatía, sino
de pecados capitales.
Contrariamente a lo que muchos creen, el
protagonista no vive en un barril, sino en la casa
con el número 8. Estando huérfano y sin hogar, fue
recogido por una mujer mayor que nunca fue
mostrada, y que tal vez no exista. Si la muerte
existiera de forma material, el número 8 estaría
sutilmente asociada a ella. Sólo se tiene que
voltear el número 8 y se obtiene el símbolo de
infinito. La muerte es infinita, porque no hay vida
antes de la vida y después de la vida se pasa de
nuevo a su estado anterior. La vida puede ser
medida por el tiempo; antes y después es, por
definición, infinita. Nada infinito, gracia infinita,
purgación infinita.
Esta vecindad del Chavo no es más que un pedazo
del Infierno, especialmente preparado para recibir a
sus invitados, muertos y condenados, en el juicio
final. Una variante cómica de “entre cuatro
paredes”, donde dos mujeres y un hombre (además
de un mayordomo… donde el Sartre Comunista no
tuvo en cuenta el carácter representativo de la
clase proletaria) se ven obligados a soportarse
unos a otros para la eternidad, en un ciclo
interminable de acusaciones y violencia. No es
difícil imaginar la escena:
La Chilindrina molesta a Quico y le hace pensar
que su padre es el agresor, el niño desconcertado
llama a Doña Florinda quien descarga toda su
rabia en Don Ramón, mismo que después descarga
su coraje en El Chavo y éste a su vez agrede al
Señor Barriga que llega a cobrar la renta a la
vecindad. Mientras tanto, el profesor Girafales,
ardiendo de deseo, llega a beber café con un ramo
de rosas en su regazo, sin sospechar la causa,
motivo, razón o circunstancia de tanta repetición.
El escenario es un laberinto rizomático, sin centro,
sin principio ni fin. Afuera de la vecindad hay una
calle estrecha que conduce a un parque, a un
restaurante y a un pequeño salón de clases. Las
variaciones, tales como Acapulco, son excepciones
a la regla. El universo de personajes se reduce a
este espacio claustrofóbico, en donde un ambiente
conduce a otro que lleva a otro que conduce a otro,
de forma indefinida.
Los pecados cometidos en la vida son evidentes en
sus características, miedos y frustraciones. El
Chavo, siempre con hambre, ha cometido el pecado
de la gula. El glotón empedernido, y su preferencia
por el sándwich de jamón muestra desprecio por
las leyes de Dios, quien prohibía el consumo de
carne de cerdo, un animal sucio. Enemigo de
cualquier autoridad moral, él llama a su profesor
“Maestro Longaniza”, otra referencia a la
malograda delicia porcina.
Don Ramón, que trabaja en exceso para no trabajar
después, cometió el pecado de la pereza.
Constantemente requiere redoblar los esfuerzos de
escape para no pagar los indefectibles 14 meses de
renta. Estos nunca se convierten en 15 meses, lo
que indica que el paso del tiempo está suspendido.
No es necesario recordar que 7 + 7 es igual a 14 y
que, en la tradición de Cristo, 70 x 07 simboliza el
infinito. De manera similar al 8, el signo de suma
se convierte en multiplicación. Dios habita en los
detalles.
La codicia del Señor Barriga es obvia. ¿Quién más
podría cobrar el alquiler mensual casi todos los
días? Los golpes que recibe del Chavo al llegar a la
vecindad son parte de su castigo.
El pequeño marinero Quico, el niño más rico, es
impulsado por la envidia. Cada vez que ve a uno de
sus vecinos más pobres disfrutar de un juguete
estropeado, la codicia le provocaba alegría y va por
uno de los suyos, siempre más grande y mejor,
pero nunca le da satisfacción. El juguete del otro, a
pesar de ser claramente inferior, siempre parece
más interesante. Un círculo vicioso de la envidia,
nunca saciado.
La Chilindrina está marcada por una personalidad
intolerante, enojana. Imitando a Goofy, que utiliza
el coche como un arma agravante de su ira. Muerta
en una accidente de tránsito trata de hacer lo
mismo con el triciclo. Hubo muchas veces que
pasó por encima de los pies y juguetes. Pero la
musa que canta a la ira del poderoso Aquiles no le
da importa la ira de la insignificante Chilindrina.
Siendo la más débil y más pequeña físicamente de
la vecindad, sólo puede llorar y llorar y llorar.
Doña Florinda y el profesor Girafales son unos
libertinos del tamaño del marqués de Sade y
Mesalina (o ellos mismos). Maestros en el arte de
la lujuria, y finalmente condenados por la eternidad
a la abstinencia sexual. Frígida e impotente, que lo
anhela con la mente, pero no con el cuerpo.
Consumen interminables tazas de café que con
propiedades estimulantes alimentan el fuego que no
pueden consumar. El profesor Girafales fuma en el
aula, no porque El Chavo del 8 fuera grabado antes
de la plaga de lo políticamente correcto, sino
debido a la rara tradición postcoital de encender un
cigarrillo, hacer un anillo de humo en el aire y
preguntar, “¿Te gustó?”. Incapaz de cumplir la
primera parte del ritual erótico, sin saberlo, lleva a
cabo lo segundo. No es sorprendente que la banda
sonora de sus reuniones sea una adaptación de la
banda sonora de la película Lo que el viento se
llevó . La última frase de la película es “mañana
será otro día. En el pueblo, siempre habrá otro día y
otra taza de café”.
Doña Clotilde, La Bruja del 71, sufre de extrema
vanidad. El genio de Bolaños tuvo la delicadeza de
invitar a la española Angelines Fernández para
interpretar al personaje. Una vez más el signo de
una condenación eterna aparece: 71 no es más que
7 + 1, lo que es igual a 8. Doña Clotilde es dueña
de una mascota, significativamente llamada
Satanás. Llama la atención sobre otro elemento
importante: la presencia de varios demonios
vagando en la vecindad. Se trata de un demonio
polimorfo. En algunos episodios Satanás es un
gato, y un perro en otros. A diferencia de la
paradoja pato-conejo de Jastrow, Wittgenstein y
Thomas Kuhn, que servía para el desenvolvimiento
de la razón, el gato-perro es una representación de
la mística, el perro “en persona”.
En 1589 el teólogo Peter Binsfeld, en el libro
“Clasificación de demonios de Binsfeld”, estableció
que cada uno de los siete pecados capitales tiene
un patrón infernal. Es revelador que Lucifer, el
nombre con el que muchos llaman a Satanás,
genere vanidad. Los otros son la generación de la
lujuria Asmodeo, Belcebú la gula, la avaricia
Mamón, la pereza Belphegor, Azazel la ira y la
envidia Leviatán. No nos engañemos: ellos rodean
la vecindad constantemente para promover el
desorden, el dolor y la tentación.
Si el gato-perro de Lucifer/Satanás ayuda a
difundir el rumor de que la señora Clotilde es una
bruja, parece obvio que la bella muchacha Paty y
su tía Gloria son Belcebú y Belphegor
transformados en súcubos, demonios de sexo
femenino preparados para atizar el apetito del
Chavo y despertar a Don Ramón de su letargo. A
su vez, el galán de las novelas Héctor Bonilla,
quien visitó la vecindad, es nada más que Asmodeo
en forma de íncuvo, demonio de sexo masculino,
con la misión de romper la relación de la pareja de
libertinos castrados. Ñoño es Mammón, instigando
a su avaro padre a gastar en exceso. Popis es
Azazel, incrementando la ira desconcertante de la
Chilindrina con su inutilidad. Godínez es Leviatán
avivando la envidia de Quico, con sus respuestas
certeras en involuntarias al Maestro Longaniza. Los
personajes de poca relevancia, como Doña Nieves,
señor Hurtado, los jugadores de yo-yo, los
estudiantes anónimos de la escuela, los clientes del
restaurante, el personal del parque y la fiesta de la
buena vecindad, y otros complementos, son
entidades demoníacas más pequeñas, que
funcionan para crear la ilusión de normalidad.
De hecho, los que frecuentaban la vecindad
parecen atrapados de su condición. Los adultos por
ser altamente centrados, y los niños sufriendo una
doble maldición, la condición de una regresión
infantil, tal vez como un reflejo de la inmadurez
emocional que los llevó a una conducta
pecaminosa. Mientras que muchas personas
sueñan con tener la experiencia de la madurez en
un cuerpo joven, ellos se quedaron con el cuerpo
que poseían a la hora de la muerte, pero no con su
experiencia. Estas son las sutilezas de la
burocracia infernal.
Jaimito el Cartero, en su papel como portador de
mensajes, es el único representante de este lado.
Un psíquico que trata de hacer contacto con otra
dimensión. Su constante estado de fatiga es el
resultado de un esfuerzo sobrehumano necesario
para cruzar dimensiones. Prueba de ello es la
descripción que da Jaimito de su tierra natal,
Tangamandapio. El pueblo que existe en realidad se
encuentra al noroeste del estado mexicano de
Michoacán, es una alegoría. Según el cartero, todo
en Tangamandapio es colosal. Sería más grande
que Nueva York y tenía una población de muchos
millones de habitantes. ¿Qué podría ser tan
grande?
Obviamente, no se refiere a un solo lugar aislado,
sino a todo el planeta, la tierra de los vivos. Las
cartas que está llevando son psicografías y la
bicicleta que nunca deja es más un tótem, al estilo
de “El Origen”, necesaria para volver a la realidad.
En El Chavo del Ocho, Bolaños creó su propia
versión del mito de Sísifo. El Chavo y compañía
están condenados a empujar por una empinada
colina todos los días esta piedra enorme que
siempre regresa, obligándolos al tormento del
eterno retorno. La piedra de Quico es cuadrada, no
rueda, se desliza. Es cómico, a pesar de trágico.
El Chavo del 8 sin duda es una de las series más
populares de América Latina. En México aún sigue
cautivando a multitud de generaciones. Y es que la
serie tiene un encanto especial, con personajes
notables y divertidos que han hecho y hacen reír
tanto a niños como adultos. Sin embargo, hay
quienes ponen en duda la “inocencia” detrás de
este inofensivo humor. Lea esta historia que
asegura que el El Chavo del 8 no es lo que parece.
Seguramente terminará pensando que se trata del
cuento de algún fanático, pero aun así no deja de
ser interesante.
Sartre escribió en su famosa obra “Entre cuatro
paredes” de 1945, que “el Infierno son los demás”.
No existe una definición de Infierno que sea
universalmente aceptada en la tradición teológica
de occidente. Según el historiador Jean Delumeau,
en una entrevista en el libro “El fin de los tiempos”,
el catolicismo tradicional, apoyándose en San
Agustín, predicó la existencia de “un lugar de
sufrimiento eterno para aquellos que hayan hecho
el mal en esta vida y que nunca se arrepintieron”.
Esta noción, un tanto incongruente con la imagen
de un Dios misericordioso, no prosperó fuera de la
imaginación popular, siendo sustituida por el
Purgatorio, desarrollado en el siglo II,
principalmente por Orígenes. Nadie más podría ser
condenado para siempre, sin embargo, a excepción
de los santos, todo el mundo tenía que pasar un
periodo variable de purificación, con la seguridad
de la salvación al final.
San Ireneo no estuvo de acuerdo. Para él “los
pecadores confirmados, obstinados, alejados de
Dios, también se apartarán de la vida”. Por lo tanto,
después del juicio final, los condenados serían
borrados simplemente de la existencia.
La controversia continuó por los siglos, con nuevos
panelistas: Tomás de Aquino, Lutero, Joaquín de
Fiore. En la literatura, Dante y Milton han creado
poderosas visiones del Infierno. La trilogía de
condenados de Sartre, los sadosmasoquistas
cenobitas de Clive Barker y los pecadores malditos
de Roberto Gómez Bolaños son recreaciones
contemporáneas inquietantes del Infierno.
Sí, Roberto Bolaños. Me refiero al actor, escritor y
director mexicano Roberto Gómez Bolaños,
conocido, casi en la exageración perdonable de
Chespirito, como el “pequeño Shakespeare” de
México. Él es el creador de una de las más sutiles,
brillantes y temibles representaciones del Infierno
en cualquiera de las artes: El Chavo del 8, el
programa de televisión. Como enseñó Baudelaire,
“El mayor truco del Diablo es convencernos de que
no existe”. Podemos concluir que ese mismo
Diablo no vendrá a presentar sus dominios a través
de estereotipos: la oscuridad, el fuego, tridentes,
lava. En El Chavo del 8 el Infierno de verdad son
los otros.
Bolaños llenó su creación de señales que deben ser
decodificadas para revelar su verdadero sentido de
automoralizar. La primera y más importante es el
título.
Originalmente, el programa se llama “El Chavo del
Ocho”, nadie sabe el verdadero nombre del
protagonista, que nunca fue pronunciado. Sólo se
conoce como “El Chavo”. El nombre en sí es una
adaptación brasileña de la palabra chaves, una
palabra corrompida de “chavo”, que significa
“maldita”. Es cierto que un “niño” o “chavo” es
aquel que hace maldades: le trastoca el orden de lo
que es moral y socialmente aceptado como
correcto. En la interpretación libre, el “chavo” es un
pecador. Por lo tanto, la serie trata de pecados. No
de pecados mortales, de lo contrario sería muy
difícil que los personajes generaran simpatía, sino
de pecados capitales.
Contrariamente a lo que muchos creen, el
protagonista no vive en un barril, sino en la casa
con el número 8. Estando huérfano y sin hogar, fue
recogido por una mujer mayor que nunca fue
mostrada, y que tal vez no exista. Si la muerte
existiera de forma material, el número 8 estaría
sutilmente asociada a ella. Sólo se tiene que
voltear el número 8 y se obtiene el símbolo de
infinito. La muerte es infinita, porque no hay vida
antes de la vida y después de la vida se pasa de
nuevo a su estado anterior. La vida puede ser
medida por el tiempo; antes y después es, por
definición, infinita. Nada infinito, gracia infinita,
purgación infinita.
Esta vecindad del Chavo no es más que un pedazo
del Infierno, especialmente preparado para recibir a
sus invitados, muertos y condenados, en el juicio
final. Una variante cómica de “entre cuatro
paredes”, donde dos mujeres y un hombre (además
de un mayordomo… donde el Sartre Comunista no
tuvo en cuenta el carácter representativo de la
clase proletaria) se ven obligados a soportarse
unos a otros para la eternidad, en un ciclo
interminable de acusaciones y violencia. No es
difícil imaginar la escena:
La Chilindrina molesta a Quico y le hace pensar
que su padre es el agresor, el niño desconcertado
llama a Doña Florinda quien descarga toda su
rabia en Don Ramón, mismo que después descarga
su coraje en El Chavo y éste a su vez agrede al
Señor Barriga que llega a cobrar la renta a la
vecindad. Mientras tanto, el profesor Girafales,
ardiendo de deseo, llega a beber café con un ramo
de rosas en su regazo, sin sospechar la causa,
motivo, razón o circunstancia de tanta repetición.
El escenario es un laberinto rizomático, sin centro,
sin principio ni fin. Afuera de la vecindad hay una
calle estrecha que conduce a un parque, a un
restaurante y a un pequeño salón de clases. Las
variaciones, tales como Acapulco, son excepciones
a la regla. El universo de personajes se reduce a
este espacio claustrofóbico, en donde un ambiente
conduce a otro que lleva a otro que conduce a otro,
de forma indefinida.
Los pecados cometidos en la vida son evidentes en
sus características, miedos y frustraciones. El
Chavo, siempre con hambre, ha cometido el pecado
de la gula. El glotón empedernido, y su preferencia
por el sándwich de jamón muestra desprecio por
las leyes de Dios, quien prohibía el consumo de
carne de cerdo, un animal sucio. Enemigo de
cualquier autoridad moral, él llama a su profesor
“Maestro Longaniza”, otra referencia a la
malograda delicia porcina.
Don Ramón, que trabaja en exceso para no trabajar
después, cometió el pecado de la pereza.
Constantemente requiere redoblar los esfuerzos de
escape para no pagar los indefectibles 14 meses de
renta. Estos nunca se convierten en 15 meses, lo
que indica que el paso del tiempo está suspendido.
No es necesario recordar que 7 + 7 es igual a 14 y
que, en la tradición de Cristo, 70 x 07 simboliza el
infinito. De manera similar al 8, el signo de suma
se convierte en multiplicación. Dios habita en los
detalles.
La codicia del Señor Barriga es obvia. ¿Quién más
podría cobrar el alquiler mensual casi todos los
días? Los golpes que recibe del Chavo al llegar a la
vecindad son parte de su castigo.
El pequeño marinero Quico, el niño más rico, es
impulsado por la envidia. Cada vez que ve a uno de
sus vecinos más pobres disfrutar de un juguete
estropeado, la codicia le provocaba alegría y va por
uno de los suyos, siempre más grande y mejor,
pero nunca le da satisfacción. El juguete del otro, a
pesar de ser claramente inferior, siempre parece
más interesante. Un círculo vicioso de la envidia,
nunca saciado.
La Chilindrina está marcada por una personalidad
intolerante, enojana. Imitando a Goofy, que utiliza
el coche como un arma agravante de su ira. Muerta
en una accidente de tránsito trata de hacer lo
mismo con el triciclo. Hubo muchas veces que
pasó por encima de los pies y juguetes. Pero la
musa que canta a la ira del poderoso Aquiles no le
da importa la ira de la insignificante Chilindrina.
Siendo la más débil y más pequeña físicamente de
la vecindad, sólo puede llorar y llorar y llorar.
Doña Florinda y el profesor Girafales son unos
libertinos del tamaño del marqués de Sade y
Mesalina (o ellos mismos). Maestros en el arte de
la lujuria, y finalmente condenados por la eternidad
a la abstinencia sexual. Frígida e impotente, que lo
anhela con la mente, pero no con el cuerpo.
Consumen interminables tazas de café que con
propiedades estimulantes alimentan el fuego que no
pueden consumar. El profesor Girafales fuma en el
aula, no porque El Chavo del 8 fuera grabado antes
de la plaga de lo políticamente correcto, sino
debido a la rara tradición postcoital de encender un
cigarrillo, hacer un anillo de humo en el aire y
preguntar, “¿Te gustó?”. Incapaz de cumplir la
primera parte del ritual erótico, sin saberlo, lleva a
cabo lo segundo. No es sorprendente que la banda
sonora de sus reuniones sea una adaptación de la
banda sonora de la película Lo que el viento se
llevó . La última frase de la película es “mañana
será otro día. En el pueblo, siempre habrá otro día y
otra taza de café”.
Doña Clotilde, La Bruja del 71, sufre de extrema
vanidad. El genio de Bolaños tuvo la delicadeza de
invitar a la española Angelines Fernández para
interpretar al personaje. Una vez más el signo de
una condenación eterna aparece: 71 no es más que
7 + 1, lo que es igual a 8. Doña Clotilde es dueña
de una mascota, significativamente llamada
Satanás. Llama la atención sobre otro elemento
importante: la presencia de varios demonios
vagando en la vecindad. Se trata de un demonio
polimorfo. En algunos episodios Satanás es un
gato, y un perro en otros. A diferencia de la
paradoja pato-conejo de Jastrow, Wittgenstein y
Thomas Kuhn, que servía para el desenvolvimiento
de la razón, el gato-perro es una representación de
la mística, el perro “en persona”.
En 1589 el teólogo Peter Binsfeld, en el libro
“Clasificación de demonios de Binsfeld”, estableció
que cada uno de los siete pecados capitales tiene
un patrón infernal. Es revelador que Lucifer, el
nombre con el que muchos llaman a Satanás,
genere vanidad. Los otros son la generación de la
lujuria Asmodeo, Belcebú la gula, la avaricia
Mamón, la pereza Belphegor, Azazel la ira y la
envidia Leviatán. No nos engañemos: ellos rodean
la vecindad constantemente para promover el
desorden, el dolor y la tentación.
Si el gato-perro de Lucifer/Satanás ayuda a
difundir el rumor de que la señora Clotilde es una
bruja, parece obvio que la bella muchacha Paty y
su tía Gloria son Belcebú y Belphegor
transformados en súcubos, demonios de sexo
femenino preparados para atizar el apetito del
Chavo y despertar a Don Ramón de su letargo. A
su vez, el galán de las novelas Héctor Bonilla,
quien visitó la vecindad, es nada más que Asmodeo
en forma de íncuvo, demonio de sexo masculino,
con la misión de romper la relación de la pareja de
libertinos castrados. Ñoño es Mammón, instigando
a su avaro padre a gastar en exceso. Popis es
Azazel, incrementando la ira desconcertante de la
Chilindrina con su inutilidad. Godínez es Leviatán
avivando la envidia de Quico, con sus respuestas
certeras en involuntarias al Maestro Longaniza. Los
personajes de poca relevancia, como Doña Nieves,
señor Hurtado, los jugadores de yo-yo, los
estudiantes anónimos de la escuela, los clientes del
restaurante, el personal del parque y la fiesta de la
buena vecindad, y otros complementos, son
entidades demoníacas más pequeñas, que
funcionan para crear la ilusión de normalidad.
De hecho, los que frecuentaban la vecindad
parecen atrapados de su condición. Los adultos por
ser altamente centrados, y los niños sufriendo una
doble maldición, la condición de una regresión
infantil, tal vez como un reflejo de la inmadurez
emocional que los llevó a una conducta
pecaminosa. Mientras que muchas personas
sueñan con tener la experiencia de la madurez en
un cuerpo joven, ellos se quedaron con el cuerpo
que poseían a la hora de la muerte, pero no con su
experiencia. Estas son las sutilezas de la
burocracia infernal.
Jaimito el Cartero, en su papel como portador de
mensajes, es el único representante de este lado.
Un psíquico que trata de hacer contacto con otra
dimensión. Su constante estado de fatiga es el
resultado de un esfuerzo sobrehumano necesario
para cruzar dimensiones. Prueba de ello es la
descripción que da Jaimito de su tierra natal,
Tangamandapio. El pueblo que existe en realidad se
encuentra al noroeste del estado mexicano de
Michoacán, es una alegoría. Según el cartero, todo
en Tangamandapio es colosal. Sería más grande
que Nueva York y tenía una población de muchos
millones de habitantes. ¿Qué podría ser tan
grande?
Obviamente, no se refiere a un solo lugar aislado,
sino a todo el planeta, la tierra de los vivos. Las
cartas que está llevando son psicografías y la
bicicleta que nunca deja es más un tótem, al estilo
de “El Origen”, necesaria para volver a la realidad.
En El Chavo del Ocho, Bolaños creó su propia
versión del mito de Sísifo. El Chavo y compañía
están condenados a empujar por una empinada
colina todos los días esta piedra enorme que
siempre regresa, obligándolos al tormento del
eterno retorno. La piedra de Quico es cuadrada, no
rueda, se desliza. Es cómico, a pesar de trágico.