Una chica se escapa de casa
desobedeciendo a sus padres para ir a la
fiesta de una amiga. Fuera de casa la
espera su novio, quien ya está bastante
borracho, él la llevará hasta la fiesta
aunque conduciendo a toda velocidad…
Sandra siempre había sido una
adolescente conflictiva, sus notas
empeoraban cada vez más, discutía
continuamente con sus padres y
desobedecía sus instrucciones cada vez que
se daban la vuelta. Sus progenitores
estaban desesperados, no querían que la
chica perdiera el curso y las habladurías
sobre lo “fácil” que era con los chicos ya
habían llegado a sus oídos. A sus ojos ella
seguía siendo la misma niña a la que
tenían que cambiar los pañales y vieron dar
sus primeros pasos con un año de edad.
Pero lo cierto es que Sandra ya se
consideraba a sí misma una mujer, con
dieciséis años se creía lo suficientemente
madura como para tomar sus propias
decisiones y molestar a sus padres se había
convertido en el más divertido de sus
pasatiempos. Cuando salía de fiesta llegaba
siempre un par de horas después del
“toque de queda”, tenía cada vez peores
compañías y el desfile de novios parecía no
terminar nunca.
Pero el detonante definitivo fue cuando sus
padres encontraron una prueba de
embarazo en su cuarto de baño. Malo era
que “la niña” se hubiese hecho mujer, pero
más preocupante era que además lo hiciera
sin protección. Los padres estaban
destrozados, amaban tanto a su única hija
que sin saberlo la habían consentido
demasiado y se había convertido en una
arpía, en una manipuladora a la que ni sus
propias compañeras de instituto
soportaban. Era la típica niña mimada que
hacía siempre lo que quería y cuando
quería. Por el contrario sus padres eran
excelentes personas, queridos y respetados
por todos sus conocidos, aunque se habían
volcado en atenciones a una hija que nunca
les devolvió el amor que la profesaban.
Pero todo había llegado demasiado lejos,
debían escarmentarla y controlar su
comportamiento. Castigarla sin salir hasta
que acabara el curso les pareció la única
opción, incluso estaban barajando la
opción de enviarla a un nuevo centro el
año que viene. Uno que era conocido por
lo estricto de sus profesores y los
excelentes resultados para “domar” a
fierecillas como Sandra.
La adolescente por supuesto no estaba
dispuesta a respetar el castigo y mucho
menos esa noche, así que fingió un dolor
de cabeza para irse temprano a dormir,
algo realmente impensable en ella. Cerró la
puerta, apagó la luz y escondió bajo las
sábanas unos almohadones para dar el
aspecto de que había alguien durmiendo.
No era la primera vez que lo hacía y
descender por el tejado que había junto a
su ventana le resultó una tarea fácil.
El novio la esperaba un par de calles más
allá con un potente todoterreno que
seguramente pertenecía a sus padres. Nada
más subir le plantó un beso con lengua y le
ofreció un trago de tequila con una botella
que ya estaba casi por la mitad. Entre risas
y con la música a todo volumen salieron
hacia la fiesta de Alicia, una chica que
había repetido varios cursos e incluso
había sido detenida por la Policía en dos
ocasiones, probablemente la joven más
peligrosa y temida del instituto.
Sandra llevaba semanas hablando de esa
fiesta ya que Alicia había prometido que
con su mayoría de edad compraría todo el
alcohol que pudiera y montaría la fiesta
más salvaje que jamás pudieran recordar.
Al llegar allí se encontraron exactamente
con lo que Sandra se había imaginado, la
gente bailaba junto a la piscina medio
desnuda, pocos habían sido avisados para
que llevaran un traje de baño por lo que la
mayoría estaban en ropa interior. En la
zona de la barra decenas de botellas
coronaban unos juegos en los que se
retaba a la gente a beber por un embudo,
o se organizaban torneos de chupitos. Se
veían grupos de jóvenes besándose y
metiéndose mano en cada rincón, y luces
que se apagaban en las habitaciones de
arriba.
Sandra estaba feliz y no tardó en integrarse
a la perfección en la fiesta, su novio por su
parte se dirigió como un misil a la zona de
las bebidas, agarró una botella en cada
mano y se fue a la piscina donde se puso a
flirtear con una rubia que parecía seguirle
el juego.
A Sandra le cambió la cara cuando vio la
escena, como una tigresa se acercó a su
pareja y le dio un apasionado beso para
disuadir a la otra chica. Pero el chico le
dijo:
“Esta es mi vecina, la pobre no tiene como
regresar a casa y con la ropa mojada no
puede llamar a un taxi, voy a acercarla un
momento a casa y regreso a la fiesta en
unos minutos”
Sandra, que no era tonta, no estaba
dispuesta a dejar que “su chico” se fuera
con una cualquiera. A pesar de que quería
continuar en la fiesta dijo que los
acompañaría. La cara del novio era un
poema, obviamente su intención era irse
con la rubia a algún lugar apartado. Pero
Sandra no le iba a dejar tranquilo. Así que
a regañadientes montó con las dos chicas
en el coche y, enfadado como iba, bebía
trago tras trago de una de las botellas que
se había llevado de la fiesta. Sandra, que
conocía bien al chico, sabía que ya había
bebido demasiado pero tenía una cara de
furia que le indicaba que era mejor no
recriminarle nada.
Diez minutos después y con el vehículo
haciendo eses por la evidente borrachera
del chico llegaron a su destino. La chica
rubia se bajó del coche y guiñando un ojo
le dijo:
“Gracias, vecino, otro día nos vemos por el
barrio”.
Sandra sabía que el chico no vivía por la
zona, por lo que no tardó ni un minuto en
enfrentarse a su novio gritando y
empujándole mientras conducía de vuelta a
la fiesta. Él, realmente borracho y
enfadado, conducía a toda velocidad
mientras forcejeaba con ella.
De repente se encontraron con una fuerte
luz de frente… El impacto fue brutal.
Sandra, que no llevaba el cinturón puesto,
fue la única que no murió en el acto. Salió
despedida del todoterreno y se golpeó
fuertemente contra el techo del otro coche
y después contra un árbol. Su cuerpo
quedó tendido junto a la carretera mientras
los dos vehículos se habían convertido en
un amasijo de hierro y trozos de carne
destrozada, carne que pertenecía a su
novio y a una pareja que viajaba en el otro
coche, una pareja que no había tenido
culpa de nada y que se había encontrado
con el vehículo de un borracho mientras
avanzaba correctamente por su carril.
La Policía y un equipo de urgencias llegó al
lugar a los pocos minutos, Sandra aún
estaba con vida aunque el golpe había sido
mortal. Con su último aliento y tosiendo
sangre por la boca le dijo al médico que la
atendió que le dijera a sus padres las
siguientes palabras:
“Dígale a mis padres que todo ha sido
culpa mía, que debí hacerles caso y que los
quiero”
El doctor, que había atendido escasos
segundos antes a los otros accidentados,
corroborando su muerte, observó
impotente cómo la chica se apagaba.
El golpe había sido tremendo y la cortina
de humo que había levantado fue tal que
la gente que había en la fiesta de Alicia se
acercó a ver qué había pasado a dos calles
del lugar. Una de las amigas de la infancia
de Sandra la reconoció antes de que la
cubrieran con una manta.
-¡Doctor, doctor, ella es mi amiga! ¿Qué ha
pasado? ¿Qué le ha dicho?
-Siento mucho comunicarle que su amiga
ha fallecido por el accidente, trató de
decirme algo pero no pude entenderla.
Un enfermero que acompañaba al médico
se sintió intrigado al ver que no le había
explicado las últimas palabras de la chica.
-¿Por qué no le dijo el mensaje que le ha
dejado a sus padres?
El doctor apesadumbrado le contestó:
-No sabía qué decirle, la pareja que ha
muerto en el otro coche… Eran sus padres.
Al parecer los padres habían descubierto el
engaño de su hija y habían ido a buscarla a
la fiesta de la que llevaba hablando
semanas. Al llegar allí y no encontrarla
decidieron volver a casa para ver si había
regresado. Con la mala fortuna de que en
el camino se chocaron de frente contra el
todoterreno en el que iba su hija.
desobedeciendo a sus padres para ir a la
fiesta de una amiga. Fuera de casa la
espera su novio, quien ya está bastante
borracho, él la llevará hasta la fiesta
aunque conduciendo a toda velocidad…
Sandra siempre había sido una
adolescente conflictiva, sus notas
empeoraban cada vez más, discutía
continuamente con sus padres y
desobedecía sus instrucciones cada vez que
se daban la vuelta. Sus progenitores
estaban desesperados, no querían que la
chica perdiera el curso y las habladurías
sobre lo “fácil” que era con los chicos ya
habían llegado a sus oídos. A sus ojos ella
seguía siendo la misma niña a la que
tenían que cambiar los pañales y vieron dar
sus primeros pasos con un año de edad.
Pero lo cierto es que Sandra ya se
consideraba a sí misma una mujer, con
dieciséis años se creía lo suficientemente
madura como para tomar sus propias
decisiones y molestar a sus padres se había
convertido en el más divertido de sus
pasatiempos. Cuando salía de fiesta llegaba
siempre un par de horas después del
“toque de queda”, tenía cada vez peores
compañías y el desfile de novios parecía no
terminar nunca.
Pero el detonante definitivo fue cuando sus
padres encontraron una prueba de
embarazo en su cuarto de baño. Malo era
que “la niña” se hubiese hecho mujer, pero
más preocupante era que además lo hiciera
sin protección. Los padres estaban
destrozados, amaban tanto a su única hija
que sin saberlo la habían consentido
demasiado y se había convertido en una
arpía, en una manipuladora a la que ni sus
propias compañeras de instituto
soportaban. Era la típica niña mimada que
hacía siempre lo que quería y cuando
quería. Por el contrario sus padres eran
excelentes personas, queridos y respetados
por todos sus conocidos, aunque se habían
volcado en atenciones a una hija que nunca
les devolvió el amor que la profesaban.
Pero todo había llegado demasiado lejos,
debían escarmentarla y controlar su
comportamiento. Castigarla sin salir hasta
que acabara el curso les pareció la única
opción, incluso estaban barajando la
opción de enviarla a un nuevo centro el
año que viene. Uno que era conocido por
lo estricto de sus profesores y los
excelentes resultados para “domar” a
fierecillas como Sandra.
La adolescente por supuesto no estaba
dispuesta a respetar el castigo y mucho
menos esa noche, así que fingió un dolor
de cabeza para irse temprano a dormir,
algo realmente impensable en ella. Cerró la
puerta, apagó la luz y escondió bajo las
sábanas unos almohadones para dar el
aspecto de que había alguien durmiendo.
No era la primera vez que lo hacía y
descender por el tejado que había junto a
su ventana le resultó una tarea fácil.
El novio la esperaba un par de calles más
allá con un potente todoterreno que
seguramente pertenecía a sus padres. Nada
más subir le plantó un beso con lengua y le
ofreció un trago de tequila con una botella
que ya estaba casi por la mitad. Entre risas
y con la música a todo volumen salieron
hacia la fiesta de Alicia, una chica que
había repetido varios cursos e incluso
había sido detenida por la Policía en dos
ocasiones, probablemente la joven más
peligrosa y temida del instituto.
Sandra llevaba semanas hablando de esa
fiesta ya que Alicia había prometido que
con su mayoría de edad compraría todo el
alcohol que pudiera y montaría la fiesta
más salvaje que jamás pudieran recordar.
Al llegar allí se encontraron exactamente
con lo que Sandra se había imaginado, la
gente bailaba junto a la piscina medio
desnuda, pocos habían sido avisados para
que llevaran un traje de baño por lo que la
mayoría estaban en ropa interior. En la
zona de la barra decenas de botellas
coronaban unos juegos en los que se
retaba a la gente a beber por un embudo,
o se organizaban torneos de chupitos. Se
veían grupos de jóvenes besándose y
metiéndose mano en cada rincón, y luces
que se apagaban en las habitaciones de
arriba.
Sandra estaba feliz y no tardó en integrarse
a la perfección en la fiesta, su novio por su
parte se dirigió como un misil a la zona de
las bebidas, agarró una botella en cada
mano y se fue a la piscina donde se puso a
flirtear con una rubia que parecía seguirle
el juego.
A Sandra le cambió la cara cuando vio la
escena, como una tigresa se acercó a su
pareja y le dio un apasionado beso para
disuadir a la otra chica. Pero el chico le
dijo:
“Esta es mi vecina, la pobre no tiene como
regresar a casa y con la ropa mojada no
puede llamar a un taxi, voy a acercarla un
momento a casa y regreso a la fiesta en
unos minutos”
Sandra, que no era tonta, no estaba
dispuesta a dejar que “su chico” se fuera
con una cualquiera. A pesar de que quería
continuar en la fiesta dijo que los
acompañaría. La cara del novio era un
poema, obviamente su intención era irse
con la rubia a algún lugar apartado. Pero
Sandra no le iba a dejar tranquilo. Así que
a regañadientes montó con las dos chicas
en el coche y, enfadado como iba, bebía
trago tras trago de una de las botellas que
se había llevado de la fiesta. Sandra, que
conocía bien al chico, sabía que ya había
bebido demasiado pero tenía una cara de
furia que le indicaba que era mejor no
recriminarle nada.
Diez minutos después y con el vehículo
haciendo eses por la evidente borrachera
del chico llegaron a su destino. La chica
rubia se bajó del coche y guiñando un ojo
le dijo:
“Gracias, vecino, otro día nos vemos por el
barrio”.
Sandra sabía que el chico no vivía por la
zona, por lo que no tardó ni un minuto en
enfrentarse a su novio gritando y
empujándole mientras conducía de vuelta a
la fiesta. Él, realmente borracho y
enfadado, conducía a toda velocidad
mientras forcejeaba con ella.
De repente se encontraron con una fuerte
luz de frente… El impacto fue brutal.
Sandra, que no llevaba el cinturón puesto,
fue la única que no murió en el acto. Salió
despedida del todoterreno y se golpeó
fuertemente contra el techo del otro coche
y después contra un árbol. Su cuerpo
quedó tendido junto a la carretera mientras
los dos vehículos se habían convertido en
un amasijo de hierro y trozos de carne
destrozada, carne que pertenecía a su
novio y a una pareja que viajaba en el otro
coche, una pareja que no había tenido
culpa de nada y que se había encontrado
con el vehículo de un borracho mientras
avanzaba correctamente por su carril.
La Policía y un equipo de urgencias llegó al
lugar a los pocos minutos, Sandra aún
estaba con vida aunque el golpe había sido
mortal. Con su último aliento y tosiendo
sangre por la boca le dijo al médico que la
atendió que le dijera a sus padres las
siguientes palabras:
“Dígale a mis padres que todo ha sido
culpa mía, que debí hacerles caso y que los
quiero”
El doctor, que había atendido escasos
segundos antes a los otros accidentados,
corroborando su muerte, observó
impotente cómo la chica se apagaba.
El golpe había sido tremendo y la cortina
de humo que había levantado fue tal que
la gente que había en la fiesta de Alicia se
acercó a ver qué había pasado a dos calles
del lugar. Una de las amigas de la infancia
de Sandra la reconoció antes de que la
cubrieran con una manta.
-¡Doctor, doctor, ella es mi amiga! ¿Qué ha
pasado? ¿Qué le ha dicho?
-Siento mucho comunicarle que su amiga
ha fallecido por el accidente, trató de
decirme algo pero no pude entenderla.
Un enfermero que acompañaba al médico
se sintió intrigado al ver que no le había
explicado las últimas palabras de la chica.
-¿Por qué no le dijo el mensaje que le ha
dejado a sus padres?
El doctor apesadumbrado le contestó:
-No sabía qué decirle, la pareja que ha
muerto en el otro coche… Eran sus padres.
Al parecer los padres habían descubierto el
engaño de su hija y habían ido a buscarla a
la fiesta de la que llevaba hablando
semanas. Al llegar allí y no encontrarla
decidieron volver a casa para ver si había
regresado. Con la mala fortuna de que en
el camino se chocaron de frente contra el
todoterreno en el que iba su hija.