Esta historia fue real La Hiena de Queretaro
Claudia Mijangos Arzac nació en
Mazatlán, Sinaloa (México) en 1956. Su
infancia y adolescencia fueron felices,
no sufrió maltratos y tuvo sus
necesidades materiales y afectivas
resueltas. Estudió la Carrera de
Comercio. Cuando era una jovencita,
fue elegida Reina de Belleza en
Mazatlán. Al morir sus padres, le
dejaron una cuantiosa herencia. Poco
tiempo después se casó y se trasladó a
vivir a Querétaro con su esposo,
Alfredo Castaños Gutiérrez, a la calle
Hacienda Vegil nº 408, Colonia
Jardines de la Hacienda.
Él era un empleado bancario, ocho
años mayor que ella. En su nueva
ciudad montó una exclusiva tienda de
ropa en el Pasaje de la Llata, donde
algunas de las mujeres más
prominentes de Querétaro compraron
sus vestidos.
De formación católica, Claudia Mijangos
fue maestra de Catecismo, Ética y
Religión en el Colegio “Fray Luis de
León”, donde estudiaban sus tres hijos:
Claudia María, de once años; Ana Belén,
de nueve; y Alfredo Antonio, de seis.
Pero Claudia comenzó a mostrar
fuertes problemas psicológicos, a tal
grado que el matrimonio pronto se
volvió insostenible. Ella y su esposo se
divorciaron y Claudia se quedó con la
custodia de sus tres hijos. Siguió al
frente de su tienda de ropa y dando sus
clases de religión, pero la gente que la
rodeaba pronto notó que los disturbios
emocionales de aquella mujer se iban
acentuando. En la escuela donde sus
hijos estudiaban, daba clases un joven
sacerdote, el padre Ramón. Claudia se
obsesionó con él; muchos afirmaban
que eran amantes, aunque otros
negaban tal versión. Él y otro cura, el
padre Rigoberto, hablaban
constantemente con ella.
Durante varios días, Claudia había
escuchado voces extrañas. No quiso
comentárselo a su ex esposo, pues él
siempre había afirmado que “estaba
loca”. El 23 de abril de 1989, Alfredo
Castaños se llevó a sus hijos a una
kermesse de la escuela. Cuando llevó a
los niños de regreso, tuvo una fuerte
discusión con Claudia. Sabía el asunto
del sacerdote y además quería regresar
con su ex esposa. Ella se negó;
defendió sus sentimientos hacia el
cura y su ex esposo, muy enojado, le
dijo que “se iba a arrepentir”. Luego se
fue. Claudia cerró la puerta y echó
llave. Subió a darle la bendición a sus
hijos y fue a acostarse.
Unas horas después, el 24 de abril de
1989, aproximadamente a las 05:00
horas, cuando aún faltaba un buen rato
para que amaneciera, Claudia Mijangos
se despertó. Las voces en su cabeza
eran tan fuertes que habían
interrumpido su sueño. Le decían que
Mazatlán había desaparecido y que
“todo Querétaro era espíritu”. Estuvo
un rato escuchándolas, tratando de
decidir si eran reales o no. Después se
levantó y se vistió completamente. Fue
a la cocina y tomó tres cuchillos. Sus
hijos aún dormían tranquilamente,
pero Claudia había decidido matarlos.
El primero en ser atacado y el primero
en morir fue Alfredo Antonio, el niño
más pequeño, quien fue agredido
mientras dormía en su cama. Claudia
Mijangos se apoyó sobre la cama del
niño, lo tomó de la mano izquierda y a
nivel de la articulación de la muñeca,
le ocasionó la primera herida. El niño,
al sentirse herido, realizó un
movimiento instintivo de protección,
pero su madre siguió cortando; lo hizo
con tal frenesí que le amputó por
completo la mano izquierda. El niño
gritaba de dolor y terror. Su madre le
trató de cortar entonces la mano
derecha; casi consiguió arrancársela
también. Después le propinó una serie
de cuchilladas hasta matarlo; ya
muerto, siguió hundiendo el cuchillo
muchas veces más.
Claudia Mijangos cambió de cuchillo;
había decidido utilizar uno diferente
con cada uno de sus hijos. La segunda
en ser atacada fue Claudia María, de
once años, quien fue apuñalada seis
veces. Herida de muerte y con los
pulmones perforados, la niña aún
alcanzó a salir del cuarto tratando de
protegerse. “¡No mamá, no mamá, no
lo hagas!”, gritaba. Los alaridos de
dolor y desesperación fueron tan
fuertes, que los vecinos se
despertaron. Pero decidieron no
intervenir. Claudia tomó entonces el
tercer cuchillo y apuñaló en el corazón
a su hija menor Ana Belén, de nueve
años, quien no opuso mucha
resistencia.
Después bajó las escaleras corriendo
en busca de la agonizante Claudia
María, quien se había desmayado, boca
arriba, sobre el piso que dividía la sala
del comedor. Volvió a apuñalarla.
Luego la arrastró hacia la planta alta y
colocó su cuerpo inerte en la recámara
principal, junto con sus hermanos. Los
apiló sobre la cama King Size como si
fueran leños, uno encima del otro, y los
cubrió con una colcha de color naranja
con adornos blancos. Limpió dos de los
cuchillos, tomó el tercero y se hizo
cortes en las muñecas y en el pecho,
tratando de suicidarse.
Verónica Vázquez, amiga de Claudia,
llegó por la mañana. Tocó y le abrió
Claudia, con la ropa empapada de
sangre y la mirada extraviada.
Verónica entró a la casa, pues supuso
que su amiga había sido atacada.
Luego vio los cadáveres. Claudia
desvariaba, diciendo que los niños se
habían llenado de ketchup. Verónica
salió huyendo; el olor de la sangre era
insoportable. Llamó a la policía de
inmediato y e visto en algunas paginas que dicen que esta mujer aun sigue presa en el estado de mexico y Dice mucha gente que los todavia se escuchan los gritos de los niños por las noches la casa sigue avandonada y sin nadie que la reclame Por sierto en youtube hay algunos videos.
Claudia Mijangos Arzac nació en
Mazatlán, Sinaloa (México) en 1956. Su
infancia y adolescencia fueron felices,
no sufrió maltratos y tuvo sus
necesidades materiales y afectivas
resueltas. Estudió la Carrera de
Comercio. Cuando era una jovencita,
fue elegida Reina de Belleza en
Mazatlán. Al morir sus padres, le
dejaron una cuantiosa herencia. Poco
tiempo después se casó y se trasladó a
vivir a Querétaro con su esposo,
Alfredo Castaños Gutiérrez, a la calle
Hacienda Vegil nº 408, Colonia
Jardines de la Hacienda.
Él era un empleado bancario, ocho
años mayor que ella. En su nueva
ciudad montó una exclusiva tienda de
ropa en el Pasaje de la Llata, donde
algunas de las mujeres más
prominentes de Querétaro compraron
sus vestidos.
De formación católica, Claudia Mijangos
fue maestra de Catecismo, Ética y
Religión en el Colegio “Fray Luis de
León”, donde estudiaban sus tres hijos:
Claudia María, de once años; Ana Belén,
de nueve; y Alfredo Antonio, de seis.
Pero Claudia comenzó a mostrar
fuertes problemas psicológicos, a tal
grado que el matrimonio pronto se
volvió insostenible. Ella y su esposo se
divorciaron y Claudia se quedó con la
custodia de sus tres hijos. Siguió al
frente de su tienda de ropa y dando sus
clases de religión, pero la gente que la
rodeaba pronto notó que los disturbios
emocionales de aquella mujer se iban
acentuando. En la escuela donde sus
hijos estudiaban, daba clases un joven
sacerdote, el padre Ramón. Claudia se
obsesionó con él; muchos afirmaban
que eran amantes, aunque otros
negaban tal versión. Él y otro cura, el
padre Rigoberto, hablaban
constantemente con ella.
Durante varios días, Claudia había
escuchado voces extrañas. No quiso
comentárselo a su ex esposo, pues él
siempre había afirmado que “estaba
loca”. El 23 de abril de 1989, Alfredo
Castaños se llevó a sus hijos a una
kermesse de la escuela. Cuando llevó a
los niños de regreso, tuvo una fuerte
discusión con Claudia. Sabía el asunto
del sacerdote y además quería regresar
con su ex esposa. Ella se negó;
defendió sus sentimientos hacia el
cura y su ex esposo, muy enojado, le
dijo que “se iba a arrepentir”. Luego se
fue. Claudia cerró la puerta y echó
llave. Subió a darle la bendición a sus
hijos y fue a acostarse.
Unas horas después, el 24 de abril de
1989, aproximadamente a las 05:00
horas, cuando aún faltaba un buen rato
para que amaneciera, Claudia Mijangos
se despertó. Las voces en su cabeza
eran tan fuertes que habían
interrumpido su sueño. Le decían que
Mazatlán había desaparecido y que
“todo Querétaro era espíritu”. Estuvo
un rato escuchándolas, tratando de
decidir si eran reales o no. Después se
levantó y se vistió completamente. Fue
a la cocina y tomó tres cuchillos. Sus
hijos aún dormían tranquilamente,
pero Claudia había decidido matarlos.
El primero en ser atacado y el primero
en morir fue Alfredo Antonio, el niño
más pequeño, quien fue agredido
mientras dormía en su cama. Claudia
Mijangos se apoyó sobre la cama del
niño, lo tomó de la mano izquierda y a
nivel de la articulación de la muñeca,
le ocasionó la primera herida. El niño,
al sentirse herido, realizó un
movimiento instintivo de protección,
pero su madre siguió cortando; lo hizo
con tal frenesí que le amputó por
completo la mano izquierda. El niño
gritaba de dolor y terror. Su madre le
trató de cortar entonces la mano
derecha; casi consiguió arrancársela
también. Después le propinó una serie
de cuchilladas hasta matarlo; ya
muerto, siguió hundiendo el cuchillo
muchas veces más.
Claudia Mijangos cambió de cuchillo;
había decidido utilizar uno diferente
con cada uno de sus hijos. La segunda
en ser atacada fue Claudia María, de
once años, quien fue apuñalada seis
veces. Herida de muerte y con los
pulmones perforados, la niña aún
alcanzó a salir del cuarto tratando de
protegerse. “¡No mamá, no mamá, no
lo hagas!”, gritaba. Los alaridos de
dolor y desesperación fueron tan
fuertes, que los vecinos se
despertaron. Pero decidieron no
intervenir. Claudia tomó entonces el
tercer cuchillo y apuñaló en el corazón
a su hija menor Ana Belén, de nueve
años, quien no opuso mucha
resistencia.
Después bajó las escaleras corriendo
en busca de la agonizante Claudia
María, quien se había desmayado, boca
arriba, sobre el piso que dividía la sala
del comedor. Volvió a apuñalarla.
Luego la arrastró hacia la planta alta y
colocó su cuerpo inerte en la recámara
principal, junto con sus hermanos. Los
apiló sobre la cama King Size como si
fueran leños, uno encima del otro, y los
cubrió con una colcha de color naranja
con adornos blancos. Limpió dos de los
cuchillos, tomó el tercero y se hizo
cortes en las muñecas y en el pecho,
tratando de suicidarse.
Verónica Vázquez, amiga de Claudia,
llegó por la mañana. Tocó y le abrió
Claudia, con la ropa empapada de
sangre y la mirada extraviada.
Verónica entró a la casa, pues supuso
que su amiga había sido atacada.
Luego vio los cadáveres. Claudia
desvariaba, diciendo que los niños se
habían llenado de ketchup. Verónica
salió huyendo; el olor de la sangre era
insoportable. Llamó a la policía de
inmediato y e visto en algunas paginas que dicen que esta mujer aun sigue presa en el estado de mexico y Dice mucha gente que los todavia se escuchan los gritos de los niños por las noches la casa sigue avandonada y sin nadie que la reclame Por sierto en youtube hay algunos videos.