Mi querido gato feo
No era la más bonita de las mascotas, Pero a mí me robo el corazón.
Sacado de la revista Selecciones Reader´s Digest (Enero de 2003)
Por ROXANNE WILLEMS SNOPEK
¿Y para esto fui a la escuela?, me pregunte una mañana mientras hacia mi recorrido habitual por el hospital veterinario donde trabajaba, cambiando cajas de arena y llenando recipientes con agua y comida, Soy técnica veterinaria. Debería estar ocupada en tratamientos anestésicos, análisis de laboratorio…”Pero en vez de eso”, masculle, “¡estoy limpiando perreras!”.
Al final entre a la sala donde atendía a los cachorritos. En el fondo de una jaula estaba acurrucado un atigrado gatito que tenia el pelo apelmazado con restos de comida. Cuando me vio abrió la boca, sin maullar, y camino tambaleándose hacia los barrotes.
Tania unas cuatro semanas de nacido, demasiado pequeño para ser vacunado; por eso estaba en la sala de los perros y no con los otros gatos: para protegerlo de las enfermedades propias de su especie. El animalito estornudo con fuerza y las patas se le doblaron. Sufría una grave infección respiratoria. Leí la tarjeta de la jaula: sin dueño.
-¡Ay, amiguito! –le dije con voz dulce-. No te ves nada bien.
Permaneció en la sala y se recupero poco a poco, pero seguía desmadejado y sucio. No era nada bonito: tenia el pelo ralo; su cara era una mancha azafranada con ribetes blancos, y en sus huesudos costados se dibujaban unas rayas anaranjadas que se extendían hasta su cola flaca y torcida. Olía mal.
Pero todas las mañanas, cuando llegaba a limpiar la jaula y a darle comida y sus medicinas, me daba una cariñosa bienvenida. De su pequeña garganta salía un ronroneo desproporcionadamente fuerte, y se tropezaba con sus propias patas en un afán por frotarse contra mi mano. Era el gatito más feo que había visto en mi vida, pero tenia carácter.
Mejoro de salud, mas no tenia casa a donde ir. Un día oí a los veterinarios hablar de eutanasia.
-¡Yo lo quiero! –exclame sin pensar-. Me lo llevare.
Esa tarde Salí del hospital con el gatito a cuestas, acomodado en mi mochila. Una vez sentada en el autobús le eche un vistazo: estaba acurrucado muy a gusto, totalmente indiferente al traqueteo y los baches. Alzo la cabeza y me miro con toda calma, como si me dijera: “Se que estoy en buenas manos”. Esa noche durmió en mi cama, muy pegado a mi cuerpo, y su ronroneo resonaba por todo el apartamento.
MALOS MODALES
Simón, como decidí llamarlo, era muy goloso y le gustaba husmear mi comida. Un día metió la nariz en mi plato de sopa de pollo caliente. Se echo para atrás al instante, resoplando con fuerza, lamiéndose los labios escaldados y fulminándome con la mirada como si quisiera reclamarme por no habérselo advertido.
Pronto se aprendió mis hábitos y se quejaba ruidosamente cuando me veía tomar el abrigo y las llaves para salir. Corría a la puerta a la ventana y, mientras me veía alejarme, maullaba con insistencia. En la noche, cuando yo volvía, sus chillidos eran lo primero que oía. Sentir la tibieza de su cuerpo al restregarse contra mis piernas era una delicia, algo muy diferente del silencio del apartamento al que estaba acostumbrada, y descubrí que me gustaba mi nuevo y exigente compañero.
Ese invierno hubo otros cambios en mi vida. Me transfirieron a la unidad de cirugía y empecé a disfrutar mi trabajo. Allí conocí a Ray, un joven estudiante de veterinaria muy risueño y amable. Pronto acaparo mi atención, y mi pobre gatito quedo relegado.
Fue el inicio de una larga relación de amor y odio. Simón solía acechar a Ray agazapado en un rincón o detrás de una puerta; se le arrojaba a los tobillos, lo arañaba con las cuatro patas y luego se escondía debajo del sofá a preparar el siguiente ataque. Ray toleraba el maltrato por mí, pero pensaba que mi gato estaba gravemente loco.
Poco después Ray y yo nos fuimos a vivir a Notario. Elegimos a mis padres para que cuidaran de Simón hasta que pudiéramos enviar por el. Por desgracia, tan pronto como llegamos tuve que hospitalizarme a causa de una amigdalitis que requería cirugía urgente.
Estaba acostada en el sofá sintiéndome nostálgica y adolorida cuando Ray llego del aeropuerto con mi gato. Simón me miro, salto a mi regazo y se quedo dormido. Así se paso toda la semana de mi convalecencia, inesperadamente tranquilo y dormilón, como si supiera que yo lo necesitaba. Pero, en cuanto me recupere y volví al trabajo, siguió con sus malos modales.
Mi vida volvió a cambiar al casarme con Ray y más tarde con el nacimiento de nuestra hija, Stephanie. Me preocupaba como trataría simón a la niña, pero el disipo mis temores. Estaba tan feliz por tenerme en casa durante todo el día, que aceptaba compartirme con una bebé llorona. Aunque echaba de menos a los animales y a mis compañeros de trabajo, me encantaba estar en casa con mi hija y con Simón.
ESCAPADA
Pasó el tiempo. Nos mudamos a Columbia Británica y tuvimos otra hija, Andrea. Simón reino sobre muchas otras mascotas que fuimos adoptando, desde cacatúas y cuervos recién nacidos hasta un galgo de carreras retirado. Nuestro gato seguía metiendo la torcida cola en las tazas, asustando a los visitantes y lamiendo todas las barbillas que tenia a su alcance. Formaba parte esencial de nuestro hogar y yo ya no podía imaginar la vida sin el.
Un día de pronto, desapareció.
-¿Has visto a Simón? –le pregunte a mi vecina.
-No estoy segura –respondió frunciendo el ceño-, pero me pareció ver a un gato igual al tuyo ayer, cuando iba al trabajo.
Resulto que Simón se había escapado. La vecina lo había visto meterse en su garaje luego de un riña con su gato. Horas mas tarde, ella salio a trabajar. En un transitado cruce oyó el golpe de algo que caía de su coche, y por el espejo retrovisor vio un feo gato anaranjado corriendo como loco entre los autos.
Yo estaba aterrada. ¡Mi pobre gato indefenso!. Su conocimiento del mundo se limitaba a lo que veía por la ventana, y ahora estaba perdido. Debía de tener frío y miedo; quizá estaba herido e incluso muerto.
Entonces nos lanzamos a buscarlo, estando yo embarazada de mi tercera hija, Megan. Hicimos ruidos con una lata de su alimento favorito, lo llamamos a gritos y les preguntamos por él a todas las personas que encontrábamos.
Nadie lo había visto. Recorrimos las calles de arriba abajo, tratando todo el tiempo de tranquilizar a dos niñitas angustiadas que adoraban a ese gato feo, el cual había estado con ellas desde que nacieron.
Y entonces, ¡eureka! Una mujer nos dijo que si, que había visto a un feo gato ananranjado con la cola flaca y torcida escondiéndose detrás de los botes de basura. Camine alrededor de los botes, ¡y allí estaba! Al verme soltó un maullido quejumbroso, como si me dijera; “¿Por qué tardaste tanto?” Se trepo a mi hombro de un brinco, escondió la cabeza debajo de mi barbilla y cerro los ojos con fuerza. Debió de pensar que si aquello era la libertad, prefería estar en casa.
Stephanie y Andrea, que tenían ya cinco y tres años de edad, sonreían llenas de alivio. Pero el mayor milagro fue que, después de vagar a seis cuadras de la casa, de correr entre el tráfico y de pasar la noche en un barrio desconocido, Simón no tuviera ni un rasguño.
Desde ese día, nunca mas tuvo ganas de acercarse a una calle.
HORA DE DECIR ADIÓS
Mi gato estaba envejeciendo. Ya no corría ni se trepaba a mis hombros, y se le notaba una rigidez de caderas al caminar. Un día no acudió a desayunar, y me alarme porque jamás se saltaba una comida. Ray lo llevo a que le sacaran radiografías, y una de ellas revelo que tenía líquido acumulado en el pulmón derecho. Mi esposo trato de tranquilizarme, pero yo sabía que era mala señal. Drenamos un poco del líquido y lo enviamos al laboratorio para que lo analizaran.
Los resultados eran inequívocos: un tumor maligno.
Como veterinaria, muchas veces he tenido que emitir un diagnostico triste, ayudado a curar animales enfermos y puesto fin a los sufrimientos de los que ya no tenían remedio, pero nunca lo había hecho con una mascota mía.
Una ultrasonografía mostró que mi gato estaba enfermo del corazón, tenia liquido en los pulmones, hipertrofia de riñones e hígado y anomalías en los intestinos y vejiga. El radiólogo dijo que el cáncer se le había extendido a los pulmones y quizá a otras partes del cuerpo, y que su sistema cardiovascular no resistiría una operación para extirparle el tumor principal.
En pocas palabras, no había nada que hacer por el.
Era octubre cuando les di la noticia a las niñas. Con un nudo en la garganta les dije que no creía que Simón llegaría a la Navidad.
En la mañana del día que cumplí 33 años, en noviembre, cuando acabábamos de despertar, Simón se encaramo sobre el pecho de mi esposo, le lamió la barbilla y ronroneo como si todo estuviera bien. Nos quedamos acostados un rato, disfrutando de su compañía. Fue la última vez que ronroneó.
Dos días después, al despertar, tuvimos el placer de ver nevar en nuestra templada provincia. La nieve cayo todo el día en copos grandes y tupidos que cubrían la tierra con igual rapidez con que nosotros la quitábamos con palas. Levante a Simón para mostrarle la nieve, y cuando lo baje, solo pudo dar dos pasos. Lo alce otra vez y lo lleve a la alcoba, reprimiendo el llanto. Había llegado la hora.
Esa noche, después de meter en la cama a las niñas, lleve al gato a la cocina. Allí, tras acostarlo sobre la mesa, Ray se seco las lágrimas e inserto una aguja en la frágil vena de aquel gato feo al que tanto queríamos. Simón se fue placidamente de este mundo mientras yo le acariciaba el pelo y le besaba por última vez la huesuda cabeza.
Un día, poco después, estábamos hablando de Simón, y Andrea no dejaba de llorar, hasta que le propuse que fuéramos a ver los gatos del refugio de animales sin dueño.
Encontramos a Mylos, un minino anaranjado con manchas blancas de cuatro meses de edad que tenia cercenada una oreja. Lo llevamos a casa y rápidamente nos conquisto a todos. Algunas mañanas lo veo sentado junto a la ventana, como lo hacia Simón, y la semejanza me conmueve mucho. Mylos no es un sustituto de mí querido gato feo: es un recordatorio de que la vida, como el amor, sigue su curso……
Una bonita historia con tragico final...
ami en lo personal me llego y me senti nostalgico por que en abril de este año perdi a mi gato michell salio por la mañana como todos los dias pero jamaz volvio, al final una mascota pasa de ser un simple animal y se convierte en uno mas de la familia y es trizte no saber donde esta o saber que se va y no volvera.
mi gato tenia 5años conmigo...
espero les guste la historia....recientemente la lei en una revista vieja que me regalaron por ahi (yo colecciono libros viejos y revistas)...bueno adios y que les guste...
No era la más bonita de las mascotas, Pero a mí me robo el corazón.
Sacado de la revista Selecciones Reader´s Digest (Enero de 2003)
Por ROXANNE WILLEMS SNOPEK
¿Y para esto fui a la escuela?, me pregunte una mañana mientras hacia mi recorrido habitual por el hospital veterinario donde trabajaba, cambiando cajas de arena y llenando recipientes con agua y comida, Soy técnica veterinaria. Debería estar ocupada en tratamientos anestésicos, análisis de laboratorio…”Pero en vez de eso”, masculle, “¡estoy limpiando perreras!”.
Al final entre a la sala donde atendía a los cachorritos. En el fondo de una jaula estaba acurrucado un atigrado gatito que tenia el pelo apelmazado con restos de comida. Cuando me vio abrió la boca, sin maullar, y camino tambaleándose hacia los barrotes.
Tania unas cuatro semanas de nacido, demasiado pequeño para ser vacunado; por eso estaba en la sala de los perros y no con los otros gatos: para protegerlo de las enfermedades propias de su especie. El animalito estornudo con fuerza y las patas se le doblaron. Sufría una grave infección respiratoria. Leí la tarjeta de la jaula: sin dueño.
-¡Ay, amiguito! –le dije con voz dulce-. No te ves nada bien.
Permaneció en la sala y se recupero poco a poco, pero seguía desmadejado y sucio. No era nada bonito: tenia el pelo ralo; su cara era una mancha azafranada con ribetes blancos, y en sus huesudos costados se dibujaban unas rayas anaranjadas que se extendían hasta su cola flaca y torcida. Olía mal.
Pero todas las mañanas, cuando llegaba a limpiar la jaula y a darle comida y sus medicinas, me daba una cariñosa bienvenida. De su pequeña garganta salía un ronroneo desproporcionadamente fuerte, y se tropezaba con sus propias patas en un afán por frotarse contra mi mano. Era el gatito más feo que había visto en mi vida, pero tenia carácter.
Mejoro de salud, mas no tenia casa a donde ir. Un día oí a los veterinarios hablar de eutanasia.
-¡Yo lo quiero! –exclame sin pensar-. Me lo llevare.
Esa tarde Salí del hospital con el gatito a cuestas, acomodado en mi mochila. Una vez sentada en el autobús le eche un vistazo: estaba acurrucado muy a gusto, totalmente indiferente al traqueteo y los baches. Alzo la cabeza y me miro con toda calma, como si me dijera: “Se que estoy en buenas manos”. Esa noche durmió en mi cama, muy pegado a mi cuerpo, y su ronroneo resonaba por todo el apartamento.
MALOS MODALES
Simón, como decidí llamarlo, era muy goloso y le gustaba husmear mi comida. Un día metió la nariz en mi plato de sopa de pollo caliente. Se echo para atrás al instante, resoplando con fuerza, lamiéndose los labios escaldados y fulminándome con la mirada como si quisiera reclamarme por no habérselo advertido.
Pronto se aprendió mis hábitos y se quejaba ruidosamente cuando me veía tomar el abrigo y las llaves para salir. Corría a la puerta a la ventana y, mientras me veía alejarme, maullaba con insistencia. En la noche, cuando yo volvía, sus chillidos eran lo primero que oía. Sentir la tibieza de su cuerpo al restregarse contra mis piernas era una delicia, algo muy diferente del silencio del apartamento al que estaba acostumbrada, y descubrí que me gustaba mi nuevo y exigente compañero.
Ese invierno hubo otros cambios en mi vida. Me transfirieron a la unidad de cirugía y empecé a disfrutar mi trabajo. Allí conocí a Ray, un joven estudiante de veterinaria muy risueño y amable. Pronto acaparo mi atención, y mi pobre gatito quedo relegado.
Fue el inicio de una larga relación de amor y odio. Simón solía acechar a Ray agazapado en un rincón o detrás de una puerta; se le arrojaba a los tobillos, lo arañaba con las cuatro patas y luego se escondía debajo del sofá a preparar el siguiente ataque. Ray toleraba el maltrato por mí, pero pensaba que mi gato estaba gravemente loco.
Poco después Ray y yo nos fuimos a vivir a Notario. Elegimos a mis padres para que cuidaran de Simón hasta que pudiéramos enviar por el. Por desgracia, tan pronto como llegamos tuve que hospitalizarme a causa de una amigdalitis que requería cirugía urgente.
Estaba acostada en el sofá sintiéndome nostálgica y adolorida cuando Ray llego del aeropuerto con mi gato. Simón me miro, salto a mi regazo y se quedo dormido. Así se paso toda la semana de mi convalecencia, inesperadamente tranquilo y dormilón, como si supiera que yo lo necesitaba. Pero, en cuanto me recupere y volví al trabajo, siguió con sus malos modales.
Mi vida volvió a cambiar al casarme con Ray y más tarde con el nacimiento de nuestra hija, Stephanie. Me preocupaba como trataría simón a la niña, pero el disipo mis temores. Estaba tan feliz por tenerme en casa durante todo el día, que aceptaba compartirme con una bebé llorona. Aunque echaba de menos a los animales y a mis compañeros de trabajo, me encantaba estar en casa con mi hija y con Simón.
ESCAPADA
Pasó el tiempo. Nos mudamos a Columbia Británica y tuvimos otra hija, Andrea. Simón reino sobre muchas otras mascotas que fuimos adoptando, desde cacatúas y cuervos recién nacidos hasta un galgo de carreras retirado. Nuestro gato seguía metiendo la torcida cola en las tazas, asustando a los visitantes y lamiendo todas las barbillas que tenia a su alcance. Formaba parte esencial de nuestro hogar y yo ya no podía imaginar la vida sin el.
Un día de pronto, desapareció.
-¿Has visto a Simón? –le pregunte a mi vecina.
-No estoy segura –respondió frunciendo el ceño-, pero me pareció ver a un gato igual al tuyo ayer, cuando iba al trabajo.
Resulto que Simón se había escapado. La vecina lo había visto meterse en su garaje luego de un riña con su gato. Horas mas tarde, ella salio a trabajar. En un transitado cruce oyó el golpe de algo que caía de su coche, y por el espejo retrovisor vio un feo gato anaranjado corriendo como loco entre los autos.
Yo estaba aterrada. ¡Mi pobre gato indefenso!. Su conocimiento del mundo se limitaba a lo que veía por la ventana, y ahora estaba perdido. Debía de tener frío y miedo; quizá estaba herido e incluso muerto.
Entonces nos lanzamos a buscarlo, estando yo embarazada de mi tercera hija, Megan. Hicimos ruidos con una lata de su alimento favorito, lo llamamos a gritos y les preguntamos por él a todas las personas que encontrábamos.
Nadie lo había visto. Recorrimos las calles de arriba abajo, tratando todo el tiempo de tranquilizar a dos niñitas angustiadas que adoraban a ese gato feo, el cual había estado con ellas desde que nacieron.
Y entonces, ¡eureka! Una mujer nos dijo que si, que había visto a un feo gato ananranjado con la cola flaca y torcida escondiéndose detrás de los botes de basura. Camine alrededor de los botes, ¡y allí estaba! Al verme soltó un maullido quejumbroso, como si me dijera; “¿Por qué tardaste tanto?” Se trepo a mi hombro de un brinco, escondió la cabeza debajo de mi barbilla y cerro los ojos con fuerza. Debió de pensar que si aquello era la libertad, prefería estar en casa.
Stephanie y Andrea, que tenían ya cinco y tres años de edad, sonreían llenas de alivio. Pero el mayor milagro fue que, después de vagar a seis cuadras de la casa, de correr entre el tráfico y de pasar la noche en un barrio desconocido, Simón no tuviera ni un rasguño.
Desde ese día, nunca mas tuvo ganas de acercarse a una calle.
HORA DE DECIR ADIÓS
Mi gato estaba envejeciendo. Ya no corría ni se trepaba a mis hombros, y se le notaba una rigidez de caderas al caminar. Un día no acudió a desayunar, y me alarme porque jamás se saltaba una comida. Ray lo llevo a que le sacaran radiografías, y una de ellas revelo que tenía líquido acumulado en el pulmón derecho. Mi esposo trato de tranquilizarme, pero yo sabía que era mala señal. Drenamos un poco del líquido y lo enviamos al laboratorio para que lo analizaran.
Los resultados eran inequívocos: un tumor maligno.
Como veterinaria, muchas veces he tenido que emitir un diagnostico triste, ayudado a curar animales enfermos y puesto fin a los sufrimientos de los que ya no tenían remedio, pero nunca lo había hecho con una mascota mía.
Una ultrasonografía mostró que mi gato estaba enfermo del corazón, tenia liquido en los pulmones, hipertrofia de riñones e hígado y anomalías en los intestinos y vejiga. El radiólogo dijo que el cáncer se le había extendido a los pulmones y quizá a otras partes del cuerpo, y que su sistema cardiovascular no resistiría una operación para extirparle el tumor principal.
En pocas palabras, no había nada que hacer por el.
Era octubre cuando les di la noticia a las niñas. Con un nudo en la garganta les dije que no creía que Simón llegaría a la Navidad.
En la mañana del día que cumplí 33 años, en noviembre, cuando acabábamos de despertar, Simón se encaramo sobre el pecho de mi esposo, le lamió la barbilla y ronroneo como si todo estuviera bien. Nos quedamos acostados un rato, disfrutando de su compañía. Fue la última vez que ronroneó.
Dos días después, al despertar, tuvimos el placer de ver nevar en nuestra templada provincia. La nieve cayo todo el día en copos grandes y tupidos que cubrían la tierra con igual rapidez con que nosotros la quitábamos con palas. Levante a Simón para mostrarle la nieve, y cuando lo baje, solo pudo dar dos pasos. Lo alce otra vez y lo lleve a la alcoba, reprimiendo el llanto. Había llegado la hora.
Esa noche, después de meter en la cama a las niñas, lleve al gato a la cocina. Allí, tras acostarlo sobre la mesa, Ray se seco las lágrimas e inserto una aguja en la frágil vena de aquel gato feo al que tanto queríamos. Simón se fue placidamente de este mundo mientras yo le acariciaba el pelo y le besaba por última vez la huesuda cabeza.
Un día, poco después, estábamos hablando de Simón, y Andrea no dejaba de llorar, hasta que le propuse que fuéramos a ver los gatos del refugio de animales sin dueño.
Encontramos a Mylos, un minino anaranjado con manchas blancas de cuatro meses de edad que tenia cercenada una oreja. Lo llevamos a casa y rápidamente nos conquisto a todos. Algunas mañanas lo veo sentado junto a la ventana, como lo hacia Simón, y la semejanza me conmueve mucho. Mylos no es un sustituto de mí querido gato feo: es un recordatorio de que la vida, como el amor, sigue su curso……
Una bonita historia con tragico final...
ami en lo personal me llego y me senti nostalgico por que en abril de este año perdi a mi gato michell salio por la mañana como todos los dias pero jamaz volvio, al final una mascota pasa de ser un simple animal y se convierte en uno mas de la familia y es trizte no saber donde esta o saber que se va y no volvera.
mi gato tenia 5años conmigo...
espero les guste la historia....recientemente la lei en una revista vieja que me regalaron por ahi (yo colecciono libros viejos y revistas)...bueno adios y que les guste...